El verano en el hemisferio norte está dejando una estela de tragedias que confirma lo que la ciencia viene alertando desde hace años: los fenómenos extremos ya no son anomalías, sino manifestaciones cada vez más frecuentes y severas de la crisis climática. Megaincendios, olas de calor sin precedentes e inundaciones devastadoras han golpeado a países como Turquía, Canadá, España, Francia, Emiratos Árabes, Finlandia y Hong Kong, obligando a activar planes de emergencia y dejando claro que el margen de actuación para evitar consecuencias aún peores se está reduciendo rápidamente.
Europa vive una ola de calor “excepcional”, con temperaturas que superan los 42 grados en Francia, Portugal, los Balcanes y España. Incluso las regiones nórdicas registran cifras inéditas: en Finlandia, el termómetro rebasó los 30 grados durante tres semanas seguidas, algo no visto desde 1961. En Turquía, el calor llegó a 50,5 grados y en los Emiratos Árabes se rozó el récord histórico de 51,8. Mientras, la sequía y los incendios arrasan amplias zonas, con Canadá enfrentando su segunda peor temporada de fuegos en la historia y Francia lidiando con un incendio que ha destruido más de 16.000 hectáreas en Corbières.
En el otro extremo, lluvias torrenciales han batido registros históricos: Hong Kong acumuló 355,7 milímetros en un solo día, el máximo en un mes de agosto en más de 140 años. Pekín registró al menos 44 muertes y nueve desaparecidos tras tormentas extremas, mientras que en Pakistán un monzón letal dejó 266 víctimas, casi la mitad de ellas niños.
Para la ONU, estos episodios “sin precedentes” son una señal inequívoca de que la crisis climática está en marcha. Expertos como Fernando T. Maestre subrayan que el cambio climático actúa como “multiplicador” de desastres: intensifica el ciclo del agua, genera lluvias más intensas en unas regiones y sequías extremas en otras, eleva la frecuencia de olas de calor y facilita la propagación de incendios. Mar Gómez, meteoróloga y doctora en físicas, advierte que el Mediterráneo, convertido en una “olla a presión” por el calentamiento, favorece tormentas más potentes y noches tropicales cada vez más comunes.
Aunque la situación es crítica, científicos como Enrico Scocciamarro del Centro Euro-Mediterráneo de Cambio Climático aseguran que aún es posible frenar la tendencia. Para lograrlo, subraya, se requieren políticas de mitigación capaces de detener el aumento de gases de efecto invernadero y medidas de adaptación específicas para cada región. El mensaje es claro: la ventana de oportunidad se estrecha, y la acción debe ser inmediata y coordinada para evitar que estos veranos extremos se conviertan en la norma.
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