Por Bruno Cortés
En medio del ajetreo legislativo y el debate de leyes que afectan la vida de millones de mexicanos, el Congreso también guarda un rincón para el alma: el arte. Y esta vez, el Espacio Cultural San Lázaro, bajo la dirección del maestro Elías Robles Andrade, decidió levantar el telón y abrir el corazón del Palacio Legislativo con una obra que habla de todos nosotros, de lo que vivimos y de lo que nos transformó: la pandemia.
La puesta en escena se llama “Reset”, del dramaturgo y director Alejandro Ramírez, y se presentó en el auditorio “Aurora Jiménez”, un espacio que pocas veces se asocia con aplausos teatrales, pero que esta vez se convirtió en un foro donde la política y la cultura se dieron la mano. ¿La trama? La vida misma. Porque tras el encierro, los teatros no volvieron a ser los mismos… y nosotros tampoco.
“Reset” no cuenta una historia ficticia, sino que se mete hasta la cocina de lo que viven las y los actores antes de estrenar una obra: los ensayos, los nervios, las ausencias. Pero esta vez, todo eso se vio atravesado por una pandemia que frenó al mundo. Lo que se estaba montando quedó a medias, las luces se apagaron, los escenarios quedaron vacíos. Y con ese vacío en el pecho, Alejandro Ramírez se preguntó: ¿qué quedó de esas actrices y actores? ¿Qué pasó con las obras que nunca se estrenaron?
El resultado es una obra cargada de memoria, de incertidumbre, pero también de esperanza. Una especie de catarsis que nos recuerda que todas y todos, sin importar si somos políticos, artistas o público de a pie, hemos tenido que improvisar y adaptarnos. Porque sí, durante la pandemia también hubo teatro… aunque fuera desde Zoom. Y aunque no es lo mismo, sirvió para mantenernos cuerdos, conectados y con un poco de belleza entre tanto encierro.
Y en este regreso a escena, no sólo brilló la historia, sino quienes la hicieron posible. El Congreso entregó reconocimientos a Alejandro Ramírez, al director Alfredo Fixz, y al elenco formado por Valentina Cueva, Mayed Nazzoure, Obdulia Moreno y Ricardo Luna. Todos ellos representan una generación de artistas que se reinventaron para seguir contando historias, incluso cuando el telón estaba abajo.
Este tipo de iniciativas —aunque suenen más a cultura que a política— tienen un peso enorme en la vida pública. Porque abrir espacios culturales en el Congreso también es hacer política pública, de la buena. Es reconocer que la cultura es un derecho, no un lujo, y que sin ella no hay democracia plena. Que el arte también nos salva, nos refleja y, como en “Reset”, nos ayuda a volver a empezar.
Mientras afuera se discuten reformas, presupuestos y leyes, adentro se aplauden emociones. Y eso, también, es parte de construir país.
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