En la política mexicana, como en la lucha libre, lo que se ve en el ring no siempre cuenta la historia completa. A tres años de las elecciones de 2027, Ricardo Monreal —uno de los personajes más experimentados y, hay que decirlo, incómodos dentro de Morena— acaba de lanzar una advertencia que más que un mensaje interno, suena a megáfono al país entero: Morena está en crisis, y si no se ponen las pilas, el poder que hoy tienen podría desmoronarse desde dentro.
¿La razón? Según el propio Monreal, Morena creció tan rápido que no le ha dado tiempo de construir sus propias estructuras electorales sólidas. Es decir, el partido sigue dependiendo en buena parte del carisma de sus líderes, como lo fue López Obrador y lo es ahora Claudia Sheinbaum. Pero para 2027, Sheinbaum no estará en la boleta. Y sin ese empuje, dice Monreal, sería un error pensar que “la elección está resuelta”.
La cosa no termina ahí. Morena, que durante años fue un partido de lucha y resistencia, ahora se enfrenta a un problema nuevo: el poder. Con tantos cargos ganados en 2024 —gobernaturas, diputaciones, senadurías—, lo que antes era una familia parece más una selva. Y en la selva, todos quieren ser el león. Monreal lo pone claro: ya hay “aspirantes muy adelantados” que dan por hecho que la siguiente gubernatura es suya. Pero, como él dice, “no será tan fácil”.
Y justo en este ambiente enrarecido, Sheinbaum ha lanzado una propuesta de reforma electoral. Un movimiento que, aunque con buenas intenciones, ya encendió focos rojos. La presidenta quiere reducir el dinero a los partidos y eliminar a los diputados plurinominales (los que no se eligen por voto directo, sino por representación proporcional). Eso, en papel, suena a austeridad y eficiencia. Pero en la práctica, afectaría directamente a los partidos pequeños aliados, como el Verde y el PT, que ayudan a Morena a tener mayoría en el Congreso. ¿Qué pasa si se molestan? Pues que pueden dejar de apoyar, y sin sus votos, Morena pierde fuerza legislativa.
Y es ahí donde Monreal mete el dedo en la llaga. Dice que esta reforma no nace de una exigencia social o de la oposición —como ocurría antes—, sino directamente del gobierno. ¿Qué tan democrático es que una reforma al sistema electoral venga desde el poder en turno? Esa es la pregunta que muchos ya se están haciendo.
El tema del nepotismo también entra en juego. Sheinbaum intentó pasar una ley para prohibir que familiares de políticos accedan a cargos públicos. No pasó. Pero igual pidió a su partido seguir esa línea. ¿El problema? Los aliados no están obligados a hacerlo, y ya hay casos donde eso se está ignorando descaradamente. Por ejemplo, en San Luis Potosí, el Partido Verde quiere lanzar a la esposa del actual gobernador. En Zacatecas, otro Monreal —Saúl, hermano de Ricardo— se perfila para relevar a su otro hermano, David. Y en Guerrero, el padre de la gobernadora podría querer lanzarse… pero como es de Morena, tendría que aguantarse o irse a otro partido. Y sí, Monreal dice que eso podría pasar.
Todo esto pone a Morena en una encrucijada. Por un lado, necesita mantenerse como una fuerza unificada. Por otro, tiene que ordenar su casa. Y Monreal, que siempre ha sido un verso suelto —ni totalmente dentro ni totalmente fuera—, vuelve a poner el reflector sobre los conflictos que muchos en su partido prefieren callar.
Encima, Morena carga con el escándalo de Adán Augusto López, exsenador y figura cercana a AMLO, ahora envuelto en polémicas por su relación con un exfuncionario buscado por narcotráfico. Y a esto se suman los lujosos viajes de varios funcionarios, incluidos hijos de líderes políticos, que contrastan con la bandera de austeridad que Morena ha ondeado desde su fundación. Ni Monreal se salva: su viaje a España fue duramente criticado por la propia presidenta.
¿Entonces qué sigue? Monreal, con su estilo mesurado pero directo, pide que Morena dicte reglas claras y actúe con cautela. Sabe que el poder mal manejado puede convertirse en veneno. Y que sin Sheinbaum en la boleta, sin estructuras sólidas y con peleas internas, Morena podría llegar a 2027 con la casa dividida.
Y en política, cuando la casa está dividida, el enemigo no tiene que venir de fuera. Muchas veces, ya está sentado a la mesa.
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