Por Juan Pablo Ojeda
En tiempos donde parece que todo se discute a gritos —desde el Congreso hasta las redes sociales—, el diputado Ricardo Monreal Ávila, coordinador de Morena y presidente de la Junta de Coordinación Política, salió a poner el dedo en la llaga: la democracia no puede reducirse a ver quién aplasta a quién, sino a aprender a convivir en la diferencia.
A través de un artículo titulado “Tolerancia”, Monreal planteó que el verdadero poder no se mide en la capacidad de arrasar, sino en la de incluir. Dicho en corto: gobernar no significa callar al que piensa distinto, sino escucharlo sin que eso implique renunciar a tus propias convicciones. Y es que, recordó, ya sabemos a dónde llevan los discursos de odio: a fracturas sociales, a violencia y hasta a regímenes autoritarios que en el pasado marcaron a países enteros.
Para el legislador, México vive una época donde la indignación fácil suele pesar más que la empatía, y donde las redes sociales amplifican rencores que terminan volviéndose incendios colectivos. Por eso insiste en que la tolerancia no es flojera ni concesión: es firmeza ética, es entender que se puede criticar sin humillar y debatir sin destruir.
Monreal echó mano de filósofos, escritores y líderes históricos para ilustrar su punto. Desde Karl Popper y su advertencia sobre los peligros de dejar que la intolerancia se normalice, hasta ejemplos como Nelson Mandela o Martin Luther King Jr., que apostaron por la reconciliación y la dignidad en contextos mucho más duros que el nuestro. Incluso trajo a colación a Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, recordando que la conciliación también es parte de la tradición política mexicana.
La reflexión no es menor: en el Congreso, donde todos los días se cruzan intereses, ideologías y proyectos de país, el reto no es ganar a gritos, sino construir acuerdos que funcionen para la mayoría. Y a nivel social, la apuesta es similar: aprender que las diferencias no son una amenaza, sino la materia prima de una democracia viva.
En pocas palabras, lo que Monreal empuja es un antídoto frente al veneno de los discursos radicales: menos odio y más diálogo, menos rencor y más empatía. Porque si la política se convierte en un campo de batalla permanente, quienes terminan perdiendo no son los partidos, sino la ciudadanía que espera soluciones y no pleitos.
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