Por Bruno Cortés
En el Congreso casi siempre hablamos de reformas, votos y jaloneos entre partidos, pero esta vez en San Lázaro ocurrió algo distinto y bastante refrescante: el Espacio Cultural San Lázaro, que dirige el maestro Elías Robles Andrade, organizó un círculo de lectura dedicado a Yukio Mishima, uno de los escritores más influyentes —y polémicos— del siglo XX. Y aunque parezca un evento puramente literario, en realidad dice mucho sobre cómo el Congreso intenta abrir ventanas para que la gente se acerque a temas que ayudan a entender mejor el mundo político, social y cultural que nos rodea.
El encuentro formó parte de una colaboración institucional entre la Junta de Coordinación Política, la Mesa Directiva y las secretarías General y Administrativa. Es decir, no fue un evento improvisado: el Congreso le apostó a la cultura como un puente para entender mejor la complejidad humana, algo que a veces hace falta en medio de discusiones legislativas que se sienten lejanas a la ciudadanía.
Al inaugurar la sesión, Elías Robles Andrade recordó que Mishima —cuyo nombre real era Kimitake Hiraoka— nació en enero de 1925 y murió el 25 de noviembre de 1970, en un episodio que todavía genera debate y fascinación. Robles lo describió como un personaje de múltiples capas: escritor prolífico, actor, practicante disciplinado de kendo y esgrima, y un defensor de una estética que abrazaba la belleza, el nihilismo y la disciplina extrema. A través de su obra, Mishima exploró lo que significa vivir obsesionado con el honor, la identidad y el cuerpo como instrumento de expresión.
La diputada Mónica Herrera Villavicencio, de Morena, tomó la palabra para ofrecer una reseña más amplia del autor. Explicó que Mishima fue criado por una abuela aristócrata y muy estricta, algo que marcó su carácter solitario y su visión del mundo. A los 16 años ya publicaba relatos, aun mientras estudiaba derecho en la Universidad de Tokio. Con apenas 24 años alcanzó la fama con “Confesiones de una máscara”, una novela valiente para su época, donde abordó temas que entonces eran tabú: la homosexualidad reprimida, la tensión entre apariencia y deseo, y la identidad japonesa después de la Segunda Guerra Mundial. Fue un libro que sacudió a la sociedad japonesa y lo catapultó como un escritor provocador y necesario.
La diputada explicó que su obra gira en torno a una triada que Mishima consideraba inseparable: belleza, erotismo y muerte. En libros como “El pabellón de oro”, “El rumor del oleaje”, “Sed de amor” y “El marino que perdió la gracia del mar”, así como en su tetralogía monumental “El mar de la fertilidad”, mezcló tradición japonesa con influencias occidentales de una forma que lo volvió universal.
El escritor y artista César Cortés Vega llevó la conversación a un terreno aún más profundo: aseguró que la literatura de Mishima no sólo refleja su vida, sino que la anticipa. Es decir, que sus novelas funcionan como borradores de su propio destino. Para Cortés Vega, Mishima es un ejemplo de cómo la ficción puede convertirse en acto, y de cómo la subjetividad —los deseos, los temores, las obsesiones— termina moldeando la realidad. Y también señaló un punto incómodo pero cierto: desde la perspectiva política, Mishima se convirtió en un referente para la extrema derecha japonesa, un recordatorio de cómo la cultura también puede ser apropiada y reinterpretada con fines ideológicos.
Lo relevante de este círculo no es sólo que se leyó a un gran escritor, sino que en pleno Congreso se abrió un espacio para reflexionar sobre cómo las ideas, la identidad y la narrativa pueden influir en la sociedad. En un país donde hablar de política suele quedarse en titulares y discursos rápidos, eventos como éste demuestran que la cultura también es una forma de hacer política pública: permite pensar, preguntar y cuestionar desde otros ángulos.
En San Lázaro no todo son reformas y votaciones. A veces, como con Mishima, también se detienen a leer el mundo.

































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