Desde la apertura de la 80ª Asamblea General de la ONU en Nueva York, esta semana se vive un momento que muchos analistas consideran clave en el conflicto israelí-palestino: un número creciente de países, incluidos antiguos aliados de Washington, han reconocido oficialmente a Palestina como Estado.
Entre los nuevos reconocimientos están el Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal, que lo hicieron el domingo. Francia también lo anunció formalmente en la reunión de alto nivel en la ONU, al igual que Malta. Países como Bélgica y Luxemburgo se suman poco a poco al esfuerzo diplomático.
Este movimiento ocurre en medio de denuncias serias: una comisión independiente de la ONU concluyó que Israel ha cometido genocidio en Gaza —argumento rechazado por Israel pero respaldado por organismos de derechos humanos.
La “Declaración de Nueva York”, aprobada el 12 de septiembre por la Asamblea General, respalda la solución de dos Estados como camino para lograr una paz justa y duradera, e insta al alto al fuego, al fin del sufrimiento humanitario en Gaza y a que Hamas ceda el poder en esa región.
La estrategia diplomática de estos países parece estar guiada por varios factores: presión internacional por la crisis humanitaria, un cambio en la opinión pública, y la percepción de que la política tradicional de espera ya no conduce a resultados. Algunos gobiernos condicionan su reconocimiento a compromisos como elecciones democráticas dignas, desarme u otras reformas en Palestina.
EE.UU., por su parte, ha usado su poder en el Consejo de Seguridad para frenar resoluciones vinculantes que piden un alto al fuego inmediato y facilitar ayuda humanitaria. Esto refuerza la imagen de aislamiento diplomático del país frente a la mayoría de la comunidad internacional, que apoya el reconocimiento y pide un cambio de rumbo en la política hacia Palestina.
Este nuevo capítulo diplomático pone en evidencia que la geopolítica puede transformarse rápidamente, y que las alianzas tradicionales no garantizan posiciones inamovibles. A largo plazo, estos reconocimientos podrían abrir nuevas posibilidades legales, simbólicas, de representación internacional y presionar para avances reales hacia la paz. Si bien no resuelven por sí solos décadas de conflicto, marcan con fuerza que la ONU y gran parte del mundo ya no están dispuestos a continuar permitiendo un status quo sin cambios.
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