En la CDMX ya se respira ese aire entre dulce y misterioso que anuncia la llegada de los difuntos. Las calles de Mixquic, San Andrés Totoltepec y Coyoacán se llenan de color, de calacas que bailan y de catrinas que parecen salidas de un mural de Posadas. Pero este año, el disfraz se volvió algo más que una ocurrencia de último momento: se transformó en una declaración de amor al folclore mexicano.
Las tendencias lo confirman: la Catrina moderna ya no se conforma con flores en el cabello y cara pintada. Ahora lleva maquillaje glow-in-the-dark, tutús de papel picado y una actitud que mezcla elegancia con irreverencia. A su lado aparece el Charro Fantasma, traje negro, sombrero bordado con hilo plateado y botas que, al caminar, suenan como si crujieran huesos. Cada paso es una reverencia a la muerte, pero también una carcajada ante ella.
Y si de creatividad se trata, la Alebrije Humana se lleva las palmas: cuerpos pintados en tonos neón, alas de dragón hechas con cartón reciclado, y máscaras que parecen cobrar vida entre luces moradas y humo de incienso. Son disfraces que no cuestan una fortuna —basta con una visita al tianguis y algo de ingenio—, pero que logran robar cámara en cada foto y video que se sube a las redes.
La onda del reciclaje también se cuela en la tradición. Muchos aprovechan materiales que ya tienen en casa: cartones, papel maché, telas viejas o listones de fiesta. No es sólo por economía, sino por respeto. Porque el Día de Muertos va de eso: de honrar, de recordar, de no desperdiciar lo que la vida nos da.
Según la costumbre, el disfraz no se usa para asustar, sino para conectar. En los panteones, entre velas y flores de cempasúchil, se ve a familias enteras disfrazadas. Los niños, con calaveritas sonrientes; los adultos, con trajes que narran su historia familiar. Todos conviviendo con los que ya se fueron, como si el más allá fuera un barrio más de la ciudad.
La moda no se queda atrás: diseñadores jóvenes están mezclando elementos tradicionales con toques contemporáneos. Se ven huipiles bordados con hilos fluorescentes, rebozos intervenidos con pintura, y máscaras con luces LED. Es una manera de decirle al mundo que lo mexicano está vivo, que la identidad también puede reinventarse sin perder el alma.
En redes, los hashtags #DisfrazDiaMuertos y #Catrina2025 se vuelven tendencia. Se suben reels desde los cementerios, se baila “La Llorona” entre tumbas, se comparten tutoriales de maquillaje con glitter y pigmentos artesanales. Todo el país se contagia de ese orgullo que mezcla respeto con desmadre organizado.
Pero detrás del color y la fiesta hay una verdad más profunda: el disfraz es un puente. Es la forma en que los vivos nos recordamos mortales, y en la que los muertos regresan por una noche para compartir el pan, el mezcal y la risa. No hay cultura en el mundo que lo haga con tanta belleza.
Así que este Día de Muertos, si vas a disfrazarte, hazlo con intención. Ponte la pintura como quien enciende una vela. Vístete no para aparentar, sino para honrar. Porque aquí, en México, hasta los muertos saben que la elegancia también puede tener alma.
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