Por Juan Pablo Ojeda
En un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la política, una noticia sacudió el tablero global de innovación: OpenAI lanzó oficialmente su nuevo modelo de inteligencia artificial, GPT-5, una versión que promete cambiar las reglas del juego en la forma en que interactuamos con las máquinas.
El anuncio se realizó este 8 de agosto de 2025 en una presentación en línea encabezada por Sam Altman, director general de la firma. Frente a millones de espectadores, Altman describió al nuevo modelo como algo más que una simple mejora técnica: “Es como tener un equipo de expertos con doctorado en tu bolsillo, trabajando para ti”, aseguró.
GPT-5 no es solo más rápido o preciso. Según la propia empresa, este modelo tiene la tasa de errores más baja jamás registrada en sus sistemas, sabe cuándo no puede resolver una tarea —algo clave para no inventar respuestas— y es capaz de escribir código, resolver problemas de software complejos y hasta ayudar en temas de salud.
Sí, salud. Durante la presentación, una paciente oncológica explicó cómo el modelo le ayudó a entender mejor su tratamiento, demostrando el potencial social de esta herramienta más allá del desarrollo tecnológico.
Desde su aparición en 2022, ChatGPT ha revolucionado la forma de interactuar con la inteligencia artificial, alcanzando ya los 700 millones de usuarios —cinco millones de ellos de pago—, y ahora con GPT-5, OpenAI busca consolidar su liderazgo frente a competidores como Google, Meta y Amazon en la carrera por una IA general.
En el terreno político y económico, este tipo de avances están lejos de ser neutros. Microsoft, el socio estratégico de OpenAI, confirmó que GPT-5 fue entrenado en su plataforma Azure, y anunció su integración en múltiples productos, lo que apunta a una nueva ola de automatización en empresas, oficinas gubernamentales y sistemas educativos.
Lo interesante para México y América Latina es que tecnologías como GPT-5 ya no son cosa del futuro. Están aquí, disponibles de forma gratuita y progresiva en ChatGPT, y sus impactos en el empleo, la educación, la salud pública y hasta la legislación digital podrían ser enormes.
La pregunta es: ¿está lista la política mexicana para regular y aprovechar estos avances? ¿Podrán nuestras instituciones seguirle el ritmo a un “doctor de bolsillo” que no duerme, no cobra y no se equivoca tanto?
Con la tecnología caminando a pasos de gigante, el desafío será que la sociedad —y su clase política— no se quede atrás.
Deja una respuesta