“Los fantasmas, las vallas y la versión oficial”
Por Bruno Cortés
A veces la política capitalina se parece más a una obra de teatro que a una conferencia de prensa. Clara Brugada salió a escena para explicarnos que nada fue lo que vimos, que las imágenes que circularon en redes no muestran lo que muestran y que, como suele ocurrir en la narrativa oficial, todo se reduce a un enemigo externo: un multimillonario enojado, la oposición eterna y un puñado de encapuchados casi míticos capaces de derribar vallas con pura voluntad industrial.
Según la jefa de Gobierno, la violencia del sábado fue un montaje. No de esos que requieren producción cinematográfica, sino de los que se fabrican con tuits, cohetones y esmeriles. La marcha, dice, no era de jóvenes inconformes, sino de “los mismos de siempre”. Y aquí aparece la primera ironía: la 4T, que presume escuchar a la juventud, prefiere explicar la protesta como adulterada antes que aceptar que hay reclamos reales más allá de los vándalos profesionales.
Brugada negó cualquier acto de represión. Asegura que la policía fue casi un escudo de paz, armado apenas con su uniforme y un par de extintores. El problema —y aquí está la grieta— es que la versión oficial siempre es impecable… hasta que no lo es. Porque en toda corporación policial, incluso en la mejor intencionada, hay abusos posibles, escenas que no salen en la conferencia y víctimas incómodas que nunca acaban en cifras oficiales.

La jefa de Gobierno subrayó que más de cien policías fueron agredidos. Y sí, es cierto: las imágenes de los ataques al cuerpo policiaco son brutales. Pero la narrativa de “todos los policías son héroes y todos los jóvenes violentos” es demasiado simple para una ciudad tan compleja como la CDMX. La ciudadanía ya no compra blancas palomas ni demonios absolutos. Quiere cuentas claras, videos completos y protocolos que sí se cumplan.
Luego vino la parte épica: la 4T nunca ha roto un vidrio. Ese mantra, repetido religiosamente, funciona muy bien en campaña, pero envejece mal cuando la ciudad enfrenta inconformidades reales. A estas alturas, culpar a un solo empresario, a la oposición o al “bloque negro” es cómodo, pero insuficiente. El enojo social existe, incluso entre la generación que el oficialismo presume como propia.
La columna vertebral del discurso fue simple: aquí no hubo represión, solo violencia externa. Una versión redonda, quizá demasiado redonda para una ciudad que vive a golpes de contradicciones. Lo que sí dejó claro Brugada —con toda la fuerza del manual— es que el gobierno responderá con justicia, no con violencia. Ojalá esa justicia no se convierta en un eufemismo para justificar detenciones selectivas.
Al final, el mensaje fue un llamado al diálogo con la juventud. Pero un diálogo que empieza negando que la juventud se moleste no suena tanto a diálogo como a monólogo. Y si algo ha demostrado esta ciudad es que los monólogos oficiales terminan siempre ahogados por la realidad.
Porque al final, querido lector, en política no basta con controlar la narrativa… si la calle ya está contando otra historia.

































Deja una respuesta