Por Bruno Cortés
La Cámara de Diputados abrió un nuevo capítulo en su vida parlamentaria con la llegada de Kenia López Rabadán (PAN) a la presidencia de la Mesa Directiva. En un Pleno que suele convertirse en campo de batalla político, la diputada panista se mostró honrada y consciente de la responsabilidad que implica el cargo. Con un tono solemne y apelando a la unidad, afirmó que su encargo “surge del apego a la ley y de la disposición parlamentaria que aquí reside”, una declaración que sonó a bálsamo en medio de la crispación política que suele dominar San Lázaro.
En su primer discurso como presidenta, López Rabadán colocó en el centro de su compromiso el sentido de Estado: México, dijo, “quiere y necesita que en esta Cámara se trabaje con responsabilidad, pues solo así podremos procurar el bien común y mejorar la vida de los mexicanos”. No fue un mensaje más, sino una invitación clara a que el segundo año de la LXVI Legislatura sea un periodo legislativo de altura, sin que los gritos o los bloqueos sustituyan el debate parlamentario.
La nueva presidenta se definió como “parlamentaria de carrera”, con una convicción férrea en el equilibrio de poderes y la pluralidad. Aseguró creer en las reglas, la estructura y la productividad del Congreso, defendiendo la deliberación como un ejercicio que, lejos de ser un trámite, genera un impacto real en la vida de los ciudadanos. En un país donde la confianza en las instituciones suele estar en terapia intensiva, estas palabras intentan reanimar la credibilidad legislativa.
“Confío en la palabra y en la verdad, porque siempre la palabra y solo la palabra puede ser punto de encuentro”, remarcó. La frase, cargada de simbolismo, fue también un guiño a la oposición y a las minorías parlamentarias: un reconocimiento de que la Cámara debe ser escenario de debates apasionados pero respetuosos, de cuestionamientos agudos pero honestos. Humor negro mediante, algunos legisladores recordaron que si el Congreso lograra que “la palabra libre y plural” pesara más que los micrófonos apagados, la democracia mexicana estaría de fiesta todos los días.
En esa línea, López Rabadán se comprometió a que “el único protagonismo lo tendrá la palabra”, garantizando el derecho de cada diputada y diputado a representar a sus votantes y a defender su posición. El ofrecimiento no es menor: se trata de asegurar que las sesiones no se reduzcan a números, sino a voces con peso político, sin importar de qué bancada provengan.
La diputada presidenta también subrayó su deber de respetar la ley y hacerla valer, promover un ambiente de pluralidad y altura de miras, reconocer las mayorías y garantizar el espacio de las minorías. Esa dualidad, unidad en la pluralidad, la definió como la esencia de la institucionalidad republicana que ahora encarna frente a los demás poderes del Estado.
Consciente del papel de los medios de comunicación en la vida democrática, López Rabadán les dio un lugar central en su discurso. Reconoció que son ellos quienes “documentan, cuestionan, exhiben al poder y acercan los reclamos ciudadanos” al Congreso. Su compromiso, afirmó, es garantizar condiciones para que esa relación fluya y se convierta en puente entre los 500 diputados y la ciudadanía. Un gesto que, en tiempos de ataques a la prensa, no deja de ser un signo de respeto al escrutinio público.
Finalmente, López Rabadán agradeció la confianza de todas las bancadas y reconoció de manera expresa a la Jucopo, encabezada por Ricardo Monreal, así como a los coordinadores de los distintos grupos parlamentarios. Al pedir la comunicación oficial de la nueva integración a la Presidenta de la República, al Senado, a la Suprema Corte y a los congresos locales, cerró con un mensaje de institucionalidad. San Lázaro, al menos por un día, respiró en tono de acuerdo y pluralidad.
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