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Créditos Personales: Salvavidas Financiero o Trampa de Deuda Inevitable

En el teatro de las finanzas modernas, el crédito personal emerge como un actor protagónico con un guion de doble filo: puede ser el héroe que rescata en el clímax de una emergencia o el villano que condena a un ciclo perpetuo de endeudamiento. La diferencia radica no en el instrumento, sino en la mano que lo esgrime y el contexto en el que se desenvaina.

El salvavidas se activa en escenarios precisos y delimitados. La Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef) señala que su uso es positivo cuando se canaliza hacia inversiones que generan valor o resuelven crisis inevitables: consolidar deudas de alto interés en una sola con tasa menor, financiar una cirugía urgente o cubrir la reparación crítica del vehículo que permite seguir generando ingresos. Aquí, el crédito opera como un puente sobre aguas turbulentas, una herramienta estratégica con un plan de salida claro.

Sin embargo, la trampa se abre cuando el mismo instrumento se usa para tapar agujeros de un barco que sigue hundiéndose. Adquirir un préstamo para pagar la renta, solventar gastos cotidianos por encima del nivel de ingresos o, en un giro tragicómico, financiar vacaciones o bienes suntuarios, es firmar una condena económica. Los datos del Banco de México revelan que sobre el 30% de estos créditos se destinan a consumo inmediato no esencial, alimentando una rueda de hamster financiera donde se pide prestado para pagar lo ya gastado.

La tasa de interés es el termómetro que define la fiebre de la deuda. Un crédito con una tasa del 15% anual para invertir en un negocio que rinde 20% es genius puro; el mismo crédito al 45% para comprar un último modelo de celular es una hemorragia financiera autoinfligida. La Asociación de Bancos de México (ABM) reconoce que la disparidad de tasas es abismal, y la elección recae en una ciudadanía que no siempre cuenta con la educación financiera para discernir.

El humor negro se cuela en la paradoja política: los mismos gobiernos que promueven el acceso al crédito como bandera de inclusión financiera son testigos pasivos de cómo este se convierte en el mecanismo de sujeción más efectivo para las clases populares. El crédito fácil es el opio del pueblo moderno, anestesiando la incapacidad de alcanzar una vida digna con salarios estancados.

La salida no está en satanizar el instrumento, sino en domarlo. La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) enfatiza la obligación de leer las letras chiquitas: el CAT (Costo Anual Total), las comisiones por apertura y los seguros incluidos. Un crédito personal deja de ser trampa cuando se solicita en montos realistas, plazos adecuados y con un destino que no comprometa el futuro.

En el panorama actual, donde la inflación muerde el poder adquisitivo y los salarios avanzan a paso de tortuga, el crédito personal se ha transformado en un mal necesario para millones. Su uso positivo es un acto de resistencia financiera, una forma de navegar las fallas de un sistema económico que ofrece más deudas que soluciones estructurales.

La última palabra la tiene el debtor ilustrado: aquel que sabe que un crédito no es ingreso extra, sino ingreso prestado del futuro. Usarlo con la precisión de un cirujano y la frugalidad de un monje es la única manera de asegurar que el salvavidas no se convierta en el lastre que hunda el barco por completo.

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