La figura de Francisco Villa vuelve al debate público a partir de nuevas revisiones históricas que analizan su vida desde los primeros años en Durango hasta su asesinato en Parral en 1923. El recuento, basado en documentos, testimonios y reconstrucciones contemporáneas, plantea un personaje más complejo que el mito popular: un hombre formado por la pobreza rural, moldeado por la violencia y convertido en uno de los líderes armados más influyentes de la Revolución Mexicana.
Villa, cuyo nombre real era Doroteo Arango, nació en 1878 en el poblado de La Coyotada, Durango, dentro de una familia campesina en situación de extrema precariedad. Los registros sobre su infancia son escasos y las versiones sobre su verdadero origen han sido contradictorias por más de un siglo. Lo que sí coincide la mayoría de los relatos es que, siendo adolescente, se enfrentó con un representante del poder hacendario tras la agresión a una de sus hermanas, hecho que lo obligó a huir y lo convirtió en prófugo. Desde entonces inició una vida marcada por la ilegalidad, alternando trabajos temporales con actividades de cuatrero en un territorio dominado por grandes haciendas.
A principios del siglo XX, Villa operaba entre Durango, Chihuahua y el sur de Estados Unidos, moviéndose en un espacio fronterizo con débil presencia estatal. Su reputación creció entre sectores rurales por su habilidad para desplazarse, negociar y sobrevivir. Cuando el movimiento maderista estalló en 1910, fue reclutado por Abraham González para sumarse a la causa revolucionaria, convirtiéndose rápidamente en uno de los jefes armados más relevantes en Chihuahua. Su transición de bandolero a líder revolucionario fue veloz y estratégica.
Durante la Revolución, Villa consolidó la División del Norte, considerada una de las fuerzas militares más disciplinadas y numerosas del conflicto. Participó en batallas decisivas como Ciudad Juárez (1911), Tierra Blanca (1913) y Ojinaga (1914), operaciones que lo posicionaron como un comandante capaz de combinar intuición militar con movilidad rápida, manejo logístico y dominio del territorio. Su figura creció también gracias al interés de fotógrafos y cineastas estadounidenses, que documentaron algunas de sus campañas y lo convirtieron en un personaje mediático internacional.

La relación entre Villa y otros líderes revolucionarios estuvo marcada por alianzas tensas y rupturas profundas. Tras la escisión con Venustiano Carranza y la confrontación con el constitucionalismo, Villa se alió con Emiliano Zapata en la Convención de Aguascalientes. Ambos coincidieron en rechazar la centralización del poder y criticaron la falta de una reforma agraria profunda. La entrada conjunta a la Ciudad de México en diciembre de 1914 simbolizó el momento de mayor fuerza del ala popular de la Revolución.
Después de derrotas sucesivas ante Álvaro Obregón y el desgaste militar de su ejército, Villa optó por replegarse a tácticas de guerra de guerrillas. El episodio más controvertido de esta etapa fue el ataque a Columbus, Nuevo México, en 1916, acción que derivó en la expedición punitiva del general Pershing. Pese a que más de 10 mil soldados estadounidenses ingresaron a territorio mexicano para capturarlo, Villa logró evadirlos durante meses gracias a su conocimiento de la sierra y de las rutas clandestinas del norte.
En 1920, tras la caída de Carranza y la llegada de un nuevo orden político, Villa negoció su rendición con el gobierno federal. Se le permitió retirarse a la hacienda de Canutillo, Durango, con una escolta mínima y sin actividad política. Durante este periodo impulsó proyectos agrícolas y promovió mejoras locales, al mismo tiempo que enfrentaba tensiones con autoridades regionales. Para 1923, la desconfianza hacia su potencial influencia política creció entre grupos locales y nacionales.
El 20 de julio de 1923, Francisco Villa fue asesinado en Parral, Chihuahua, en una emboscada organizada por un grupo de civiles armados y facilitada por autoridades locales. El ataque, que incluyó más de un centenar de disparos, terminó con su vida y abrió interrogantes sobre la participación indirecta de altos mandos políticos del país. Años después, el robo de su cabeza alimentó aún más las leyendas en torno a su figura, reforzando su presencia en la memoria popular.
Hoy, Villa continúa siendo un símbolo controvertido: héroe para sectores campesinos, figura incómoda para la historiografía conservadora y protagonista central de un periodo decisivo para México. Su vida refleja tensiones persistentes entre justicia social, violencia política y construcción del Estado, elementos que siguen resonando en el imaginario nacional.





































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