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Las mujeres de la Revolución Mexicana: las olvidadas que hicieron historia

Por Arturo Jímenez

La Revolución Mexicana no solo fue un movimiento de hombres con rifles y caballos; también fue una revolución escrita, pensada y sostenida por mujeres. Desde las periodistas que denunciaron al régimen de Porfirio Díaz hasta las soldaderas que marcharon junto a los ejércitos, las mujeres de 1910 fueron protagonistas silenciadas de una transformación que definió el México moderno.

Durante el porfiriato, las desigualdades sociales marcaron profundamente la vida femenina. Mientras las mujeres de clase alta accedían a la educación y a la vida cultural, la mayoría —campesinas, obreras e indígenas— sobrevivía en condiciones precarias y sin derechos civiles. En ese contexto surgieron voces rebeldes que, desde el periodismo y la docencia, exigieron un cambio de rumbo político y social.

Una de las pioneras fue Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, periodista duranguense que en 1901 fundó el periódico Vésper, donde criticó duramente al gobierno de Díaz y al poder clerical. Su estilo directo la llevó a la cárcel en varias ocasiones, pero también la convirtió en símbolo de resistencia. A su lado, Elisa Acuña y Rosetti, maestra hidalguense, fundó el periódico Luz y participó en el Club Liberal Ponciano Arriaga, convirtiéndose en una de las primeras mujeres encarceladas por razones políticas.

También destaca Dolores Jiménez y Muro, escritora potosina que impulsó el Plan Político y Social de Tacubaya, documento en el que exigió la devolución de tierras, aumento de salarios y libertad de prensa. Su trabajo periodístico y su liderazgo en el Club Hijas de Cuauhtémoc sentaron las bases del pensamiento social y feminista en los primeros años del siglo XX.

Entre las figuras clave del movimiento maderista estuvo Carmen Serdán Alatriste, una mujer decidida que organizó clubes antirreeleccionistas y participó activamente en la insurrección del 20 de noviembre de 1910. Cuando el ejército porfirista irrumpió en su casa, fue ella quien, desde la ventana, lanzó el grito: “¡Mexicanos, no vivan de rodillas!” antes de ser arrestada. Su valentía convirtió a la familia Serdán en símbolo del despertar revolucionario.

El movimiento armado también vio surgir mujeres que, lejos del campo de batalla, dieron su vida por salvar otras. La enfermera Elena Arizmendi fundó en 1911 la Cruz Blanca Neutral, organización civil que atendía a los heridos de guerra ante la negativa de la Cruz Roja a participar en la contienda. En la frontera norte, Leonor Villegas de Magnón replicó esta labor creando brigadas médicas que auxiliaron a combatientes de distintas facciones. Ambas pusieron su dinero, su tiempo y su reputación al servicio de los ideales de justicia.

Bajo el gobierno de Venustiano Carranza, las mujeres dieron un paso más allá. Maestras, taquígrafas y periodistas se integraron a la administración pública y comenzaron a exigir derechos civiles. En 1915, el gobernador de Yucatán, Salvador Alvarado, organizó el Primer Congreso Feminista y promulgó leyes que reconocieron la igualdad salarial y el derecho al divorcio. En esos foros brillaron mujeres como Hermila Galindo, quien fundó la revista La Mujer Moderna y fue la primera en hablar públicamente del derecho al voto y de la educación sexual femenina.

La revolución también tuvo rostros anónimos. Las soldaderas, conocidas como adelitas o valentinas, acompañaron a los ejércitos de Villa y Zapata cargando armas, cocinando y atendiendo heridos. Algunas, como Amalia Robles o María de la Luz Espinoza Barrera, alcanzaron rango militar, liderando tropas en combate. Sin su esfuerzo, los ejércitos revolucionarios simplemente no habrían sobrevivido.

A pesar de su entrega, la Constitución de 1917 no les reconoció el derecho al voto. Sin embargo, su participación marcó un antes y un después: cambiaron la vida pública, abrieron el camino al feminismo mexicano y demostraron que la revolución no se peleó solo con balas, sino también con ideas, educación y palabra escrita.

Hoy, más de un siglo después, los nombres de Juana Belén, Elisa Acuña, Dolores Jiménez, Carmen Serdán, Elena Arizmendi, Hermila Galindo y Elvia Carrillo Puerto siguen siendo testimonio del coraje femenino que transformó la historia. Gracias a ellas, la revolución no fue obra de hombres solos, sino de un pueblo entero que encontró en sus mujeres la voz y la fuerza para cambiar México.

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