CDMX a 13 de septiembre, 2025.- El estruendo de la pipa de gas que explotó el miércoles en el Puente La Concordia, en Iztapalapa, no sólo dejó cenizas y tragedia en el asfalto: también reveló grietas profundas en el sistema de salud de la Ciudad de México. A dos días del accidente, familiares de heridos, trabajadores médicos y ciudadanos de a pie denuncian carencias críticas en insumos médicos indispensables, mientras las autoridades aseguran que todo está bajo control. La verdad, como suele pasar, parece estar en medio.
La explosión, ocurrida alrededor de las 14:20 horas, involucró una pipa de Gas LP de la empresa Transportadora Silza que transportaba cerca de 49,500 litros. El saldo: hasta ahora se reportan al menos 11 personas muertas y más de 94 lesionadas, muchas de ellas con quemaduras graves, algunas de gravedad crítica.
Desde el primer momento decenas de hospitales fueron movilizados: Balbuena, Belisario Domínguez, Rubén Leñero, Zaragoza del ISSSTE, Magdalena de las Salinas, entre otros.
Pero, mientras unos describen hospitales abarrotados, otros denuncian que no tienen lo que necesitan para atender vidas en juego: “gasas, materiales quirúrgicos, polvos de plata… membrana hidrocoloide, alginatos, circuitos cerrados para aspirado, sondas Foley, electrodos para monitor…” se lee en los testimonios de familiares de pacientes. Ciudadanos han organizado centros de acopio y entregas de insumos para suplir esas carencias.
En contraste con esas versiones, la Secretaría de Salud de la CDMX, dirigida por Nadine Gasman, negó que exista desabasto generalizado. Asegura que los hospitales públicos, IMSS Bienestar, ISSSTE, entre otros, tienen capacidad para atender a los afectados.
Familiares desesperados permanecen afuera de quirófanos, bibliotecas médicas y pasillos esperando noticias; la información oficial ha sido lenta en varios casos, lo que añade angustia e incertidumbre. Distintas instancias del gobierno han habilitado líneas directas para consultas sobre el estado de salud de los afectados, incluyendo un número 24 horas para familiares.
Los testimonios de quienes viven la situación desde dentro coinciden en algo: no todos los centros médicos se encuentran igual de preparados, especialmente cuando se enfrenta una catástrofe que requiere de atención inmediata, especializada y abundante en recursos. En hospitales como el de Balbuena, personal contó que tienen camas y personal, pero los medicamentos y materiales esenciales brillan por su ausencia.
El gobierno capitalino, por su parte, afirma que la cifra de lesionados se mantiene, que los fallecidos han sido contabilizados oficialmente (ocho hasta este momento), y que se garantiza atención integral. También se ha hecho un llamado a la solidaridad ciudadana, ya que muchos de los insumos que se requieren no se han logrado reponer solo con las reservas institucionales.
Más allá de las estadísticas, hay quien vive el dolor directo: entre los heridos hay mujeres que salvaguardaron a sus nietos, personas con quemaduras en gran parte del cuerpo, algunos sin seguro médico ni respaldo económico. Familias que no sabían dónde estaban sus seres queridos hasta horas después, cargando incertidumbre y cansancio.
Se trata de una emergencia que obliga a preguntarse: ¿Qué tan preparados estamos para eventos mayores? ¿Cómo se garantiza que, en momentos críticos, los hospitales de la ciudad —nominalmente dotados de personal, infraestructura y recursos— respondan no sólo en discursos, sino en acciones concretas? Mientras tanto, vidas dependen de que cada gasas, cada sonda y cada medicamento llegue a tiempo.
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