Por Bruno Cortés
Foro en el Senado: entre magueyes, herencia y resistencia femenina
Mientras el mármol del Senado de la República conserva la frialdad institucional, este miércoles fue perfumado por humo de copal imaginario, olor a tierra húmeda y destilado ancestral. A medio camino entre la política pública y el fogón rural, la senadora Amalia García Medina, de Movimiento Ciudadano, encabezó el “Foro: Maestras del Mezcal”, un acto de resistencia cultural tan audaz como necesario. Porque en un país que presume su mezcal en cócteles caros, pero olvida a quienes lo destilan con manos callosas, alguien tenía que ponerle cuerpo, voz y ley a la causa.
En el foro no solo se brindó con palabras. Se presentó formalmente el proyecto de Ley General de los Mezcales Tradicionales de México, elaborado por el colectivo Maestros y Maestras del Mezcal, con el objetivo de proteger esta bebida milenaria no como un simple producto comercial, sino como lo que realmente es: un bien biocultural que encapsula historia, identidad, territorio y resistencia. Sí, el mezcal también es política.
La senadora García no se quedó en la diplomacia de lo simbólico. Fue directa: “La producción del mezcal es un valor cultural que debe ser protegido, respaldado y declarado patrimonio cultural inmaterial en nuestro país”. Su discurso no fue un brindis al sol; fue un posicionamiento que reivindica el papel de las mujeres —esas maestras mezcaleras invisibilizadas por siglos— como pilares de un legado que ha sobrevivido al tiempo, al machismo y a la globalización.
En la cuna de esta bebida —Oaxaca, la joya de la corona— no se habla solo de negocios. Se habla de linajes. De familias completas que, generación tras generación, han mantenido vivos no solo los alambiques, sino también los rituales, los mitos y la forma de mirar el mundo. Abel Alcántara, representante del colectivo, lo dejó claro: “El mezcal tradicional, además de sabroso, es un bien biocultural de la humanidad”. Y no se trata de romanticismo etílico; se trata de cifras, de empleo rural, de biodiversidad, de soberanía.
La maestra Soledad Martínez alzó la voz con la autoridad de quien ha horneado maguey con dignidad: “Hay mezcales que no deberían llamarse así. Nosotros venimos de comunidades donde el mezcal se elabora de manera ancestral, artesanal y con respeto”. Su declaración fue más que una queja: fue un grito frente al avasallamiento de las marcas industriales que vacían el alma del mezcal y la rellenan de marketing.
El foro contó con la participación de decenas de maestras mezcaleras provenientes de distintos estados, quienes llevaron consigo algo más que botellas: llevaron memorias, procesos, manos curtidas, lenguas indígenas, cantos y silencios. También estuvieron presentes las senadoras Susana Harp y Beatriz Mojica, quienes, más allá del protocolo, respaldaron de manera activa esta iniciativa que podría marcar un antes y un después en la defensa de las bebidas tradicionales frente a su desnaturalización.
La propuesta legislativa no busca limitar la expansión del mezcal en mercados globales, sino poner orden, distinguir lo ancestral de lo industrial y otorgar reconocimiento legal a las comunidades que han sido guardianas del saber agavero. Porque sí, el mezcal es más que una bebida: es una forma de vida, de muerte y de renacimiento.
Mientras se debatía entre micrófonos, actas y aplausos, lo que en realidad se estaba defendiendo era el derecho a seguir llamando “mezcal” a lo que lo es de verdad. A proteger el fogón, la penca, la piedra de molino y la sabiduría de las mujeres que, sin universidad pero con intuición, han conservado un arte que hoy exige ser ley. Porque cuando el mezcal se hace con corazón, se bebe con respeto. Y se legisla con responsabilidad.
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