Por Bruno Cortés
La política mexicana rara vez ofrece escenas de armonía, pero este martes en San Lázaro, los principales grupos parlamentarios dejaron a un lado la confrontación para dar paso a un acuerdo unánime sobre la integración de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Ricardo Monreal Ávila, presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo) y coordinador de Morena, encabezó una conferencia de prensa en la que, flanqueado por líderes de todas las bancadas, presentó lo que describió como “un triunfo del acuerdo sobre el arrebato”.
El acuerdo, firmado por los coordinadores presentes —Ivonne Ortega (MC), Rubén Moreira (PRI), Carlos Puente (PVEM), Reginaldo Sandoval (PT) y Elías Lixa (PAN)— define a Kenia López Rabadán como presidenta de la Mesa Directiva para el segundo año de la LXVI Legislatura. Una designación que, más allá del nombre, simboliza la disposición de los partidos a ceder posiciones y reconocer la pluralidad de la Cámara.
La lista de vicepresidencias y secretarías refleja también ese equilibrio negociado: Sergio Gutiérrez Luna, Paulina Rubio Fernández y Raúl Bolaños Cacho ocuparán las vicepresidencias, mientras que Julieta Villalpando, Alan Sahir Márquez, Nayeli Fernández, Magdalena Núñez, Fuensanta Guerrero y Laura Ballesteros completan las secretarías. Para una cámara acostumbrada a las descalificaciones cruzadas y al “golpe bajo parlamentario”, este acuerdo tiene un aroma de tregua.
Monreal insistió en que la decisión se tomó “sin chantajes ni presiones externas” y agradeció a la presidenta Claudia Sheinbaum y a la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, por mantener distancia y respeto al Poder Legislativo. No es un detalle menor: en un país donde el Ejecutivo históricamente ha operado con mano dura sobre el Congreso, la afirmación de autonomía parlamentaria se escucha casi como un acto de rebeldía… aunque esta vez celebrado con aplausos.
El momento no fue casual. En las próximas horas, la presidenta Sheinbaum sostendrá una reunión de alto nivel con Marco Rubio, jefe del Departamento de Estado estadounidense. Desde la Cámara, el mensaje fue claro: México se muestra con un Congreso unido, capaz de dialogar sin fracturas, justo cuando la política exterior exige una narrativa de estabilidad. Como diría el humor negro que tanto abunda en los pasillos de San Lázaro: “si hasta los diputados se pusieron de acuerdo, quizá todavía haya esperanza para la diplomacia”.
Elías Lixa (PAN) y Rubén Moreira (PRI) no ocultaron que persisten diferencias profundas en muchos temas, pero coincidieron en que el país necesita gestos de madurez. Ivonne Ortega (MC) remató con una frase que resonó en la sala: “los acuerdos no son concesiones, son un servicio al pueblo de México”. Un discurso que, de no ser por la realidad que suele azotar al Pleno, sonaría a manual de ciencia política de primer semestre.
La conferencia concluyó con un consenso poco habitual: todos hablaron, todos fueron escuchados y nadie salió a gritar al patio central. Monreal cerró con un reconocimiento al trabajo de los coordinadores y un guiño a la opinión pública: “Se venció el pesimismo y se venció la confrontación”. Dicho así, parece que la Cámara de Diputados se convirtió en un oasis de civilidad, aunque la experiencia nos recuerde que en política mexicana las treguas suelen ser tan frágiles como los acuerdos de paz entre vecinos ruidosos.
El balance, sin embargo, es positivo. En un Congreso que camina entre la crispación y el espectáculo mediático, la conformación de la Mesa Directiva por consenso unánime representa un respiro. Quizá efímero, quizá estratégico, pero un respiro al fin. Y en un país donde la unidad política suele ser tan rara como un eclipse, ese pequeño gesto se vuelve noticia.
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