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Acoso y feminismo

Ensayo

Por Salvador Mendiola

CDMX a 6 de noviembre, 2019 (Noticias México).- Para Marta Lamas[1], el significante “acoso”, que hoy moviliza a millones de mujeres en el mundo, reduce la complejidad de un contexto violento, desigual y explotador contra las mujeres. Sí, es verdad, dice ella, el acoso sexual es algo repugnante, y resulta muy importante tomar medidas serias para evitarlo; pero no todas las actuales denuncias que se hacen por “acoso” pueden ser consideradas efectivamente como acoso sexual. Saber distinguir matices, es saber corregir errores maniqueos. Lamas propone que algunas de estas denuncias nombran como “acoso” usos y costumbres culturales no necesariamente violentos, como con el piropo, pero incluso se está llamando “acoso” a prácticas sociales aceptadas tipo quid pro quo (“esto por lo otro”, una expresión en latín que alude a que cierta cosa se sustituye con o se intercambia por otra cosa equivalente), costumbres equívocas, pero no delictivas.

Muchas mujeres que hoy día denuncian acoso sexual en realidad canalizan de este modo el malestar y la indignación que les provocan prácticas machistas, agresivas o discriminatorias, todo un orden simbólico de miles de años de antigüedad, que favorece de modo injusto e inequitativo al sexo masculino e invisibiliza y explota al sexo femenino como “objeto” social. De manera que, cuando se dice “¡basta de acoso!”, en realidad lo que se quiere decir es “¡basta ya de desigualdad, basta ya de doble moral, basta ya de discriminación, basta ya de machismo!”

Sin embargo, Lamas también plantea en su escrito que no será nada fácil cambiar la cultura machista ni la perspectiva victimista; la primera, porque ya se dijo que es un producto ahora inconsciente de miles de años; y la segunda, porque queriendo ser una crítica de esta injusticia machista, otra vez de modo inconsciente deviene una repetición del problema.

El feminismo histórico deja ver y nombrar la opresión sociocultural machista sobre las personas del sexo femenino como una complicidad errónea, engañosa entre varones y mujeres, un círculo vicioso que nos encierra y nos afecta a tod@s, sin importar el sexo ni el género; no es un mero capricho de individuos maleducados, malos y perversos. No es mera cosa de voluntad.

Lo que llamamos patriarcado no es una guerra a muerte entre las personas de ambos sexos, sino un aparato tecnológico para hacer que todo mundo devenga “proletario”, o sea reproductor de la fuerza de trabajo, la fuerza que produce todo lo que pueda llegar a ser riqueza para la humanidad, lo que hoy se enajena como capital o dinero. Nada se resuelve poniendo las cosas al revés, no es cosa de pasar a la guerra de las mujeres contra los varones, eso sólo sería seguir adentro del mismo círculo vicioso.

La violencia sexual del orden simbólico falogocéntrico no es sólo una cuestión de moral, sino que más que nada es un serio problema político, quizá el más grave del momento presente, por su carácter efectivamente planetario. No existe un sólo país del mundo donde no se ejerza esta injusticia original contra las mujeres. Razón porque Lamas dice que ha llegado la hora de que la idea de justicia feminista haga cambiar de verdad la historia de la humanidad, y nos libere a tod@s de la subjetividad autoritaria machista/victimista. Una acción que nos debe enfrentar con las causas mismas de la guerra y de todo tipo de violencia social.

Si queremos enfrentar de forma libre y democrática el problema histórico de la violencia sexual, es indispensable regresar al pensamiento de Freud. Necesitamos repensar lo que hacemos de modo inconsciente, sin saber por qué lo hacemos. Tal es uno de los puntos decisivos en la argumentación de Marta Lamas. Para el neofeminismo actual este olvido de lo que ha planteado el psicoanálisis es síntoma de un contragolpe machista, una amnesia social de regreso por miedo al fundamentalismo maniqueo y el puritanismo teológico, un retorno conservador al individualismo narcisista del ego patriarcal y su dualismo inequitativo, un regreso al orden injusto del falo y el nombre del padre.

Es tiempo de volver a entenderlo: “el deseo se mueve mediante elecciones sucesivas, que nunca son decididas de manera autónoma, ya que dichas elecciones le son impuestas al sujeto tanto desde su interior, por sus deseos inconscientes, como desde el exterior, por prescripciones sociales de un orden cultural.”

No tiene sentido centrar el problema en una supuesta heterosexualidad masculina “depravada”, e imaginar sin pruebas que sólo las mujeres pueden ser víctimas de esa “depravación”, que nunca pueden ser ellas las agresoras. Esto, para la interpretación de Lamas: “olvida todo lo que se sabe ya acerca de las complejidades y ambigüedades presentes en las relaciones humanas, y eclipsa los demás elementos que juegan en los encuentros sexuales, deseados e indeseados: clase social, condición étnica, edad, orientación sexual, etc.”

Olvidar estas importantes distinciones desplaza problemas del campo social al de la sexualidad, enajena lo real de la economía-política en lo imaginario del sexo como “pecado original” o “cosa sucia”. Una equivocación, señala Lamas, no sólo analítica, sino también política, que nos impide reconocer que, en muchas ocasiones, la diferencia sexual o de género es menos determinante de conflictos y violencia que otras diferencias sociales. De forma que esta forma retórica de ocultar o desviar como “acoso” los auténticos hechos de esta violencia y sus auténticas causas, se ha vuelto masiva y de interés para los medios y redes sociales, porque articula su política sexual asimilando valoraciones patriarcales y estigmas judeocristianos, como considerar que el sexo, si no es reproductivo y conyugal, entonces sólo es algo sucio y pecaminoso. Una interpretación que ya se demostró muchas veces como reduccionista sobre el conflicto entre mujeres y varones, y una interpretación parcial que ha angostado el repertorio de la acción política de las mujeres: “concentrándose en exigir un aparato punitivo que se imponga a las conductas de los varones.” Y con esto: “feministas bien intencionadas refuerzan la perspectiva puritana que representa a la sexualidad como un vector de opresión, peligro y persecución.”

Todo lo ya hasta aquí mencionado, y mucho más, es lo que pone en juego este texto de Marta Lamas, un documento de coyuntura, escrito intencionalmente para la reflexión y el debate de lo activado y puesto a discusión por el movimiento neofeminista de #MeToo, y la respuesta crítica también neofeminista que les dio un grupo de afamadas mujeres francesas. Lo urgente de este ensayo de Lamas es tratar de iluminar, desde su perspectiva y experiencia feminista, los puntos que considera negativos y discutibles de #MeToo, los puntos donde este movimiento, legítimo de principio, se expresa como un “feminismo” que va de regreso al esquema patriarcal; con todos los riesgos y peligros que implica querer actuar como una inquisición puritana por encima de la ley, por medio de acusaciones anónimas sin sustento real y la creencia también sin  sustento de que las leyes sólo protegen a los machistas, un gesto de carácter más que nada histérico, que por su virulencia irracional ya ha cobrado vidas humanas y destruido reputaciones y familias enteras no sólo dentro de nuestro país.

Porque la conducta del #MeToo a la mexicana manifiesta participar del proceso “norteamericanizador” de las civilizaciones, la imposición de la cultura del “American Way of Life” como única forma de ser para la globalización. Los feminismos latinoamericanos, entonces, lo mismo que los de buena parte del mundo, se dejan llevar por las tendencias masivas de los feminismos de los EUA, una sociocultura en definitiva puritana y fundamentalista. Aunque existe un feminismo norteamericano radical y contracultural, un feminismo de la emancipación y el goce, lo dominante en la cultura de masas e incluso en la academia, se encuentra situado dentro del orden patriarcal casi sin darse cuenta de ello. Pero esto sólo significa que en realidad hay muchos feminismos, que únicamente se pueden unificar conceptualmente por la intención de liberar a las mujeres de la opresión patriarcal; las formas de interpretar este problema y de resolverlo son muy variadas y diversas, y en no pocos casos enfrentadas y contradiciéndose con otras.

Tal es la fuerza emancipadora del feminismo, lo que lo convierte en un movimiento y un pensamiento excepcional, porque constantemente transgrede el orden imaginario del uno indual infinito (“Yo Falo”). Aparece por todas partes, iluminando injusticias e inequidades, y avanza en muchas direcciones al mismo tiempo, buscando un cambio de vida que transforme la historia, y por eso el feminismo no tiene uno, sino un in-finito de rostros y nombres. Es la cuestión de las mujeres que tiene que ver con todo mundo. Un movimiento político con una historia de dos siglos de presencia pública y con logros sociales de importancia decisiva, como el voto para las mujeres y la despenalización del aborto.

El libro de Lamas rastrea el fenómeno de cómo la batalla en contra del acoso sexual, que se inició por feministas, con el tiempo ha dividido a las propias feministas. Le interesa pensar por qué y cómo ciertas ideas feministas prenden en el imaginario social, pero al mismo tiempo, mutan y son usadas por fuerzas políticas lejanas al feminismo. Así es como el texto revisa las definiciones de acoso, abuso sexual y hostigamiento en nuestras leyes y retoma algunos datos disponibles de las denuncias, sentencias y consignaciones para hacer un esbozo de la situación nacional. Si el problema es el mismo en todas partes, violencia machista contra las mujeres, las formas de pensarlo, interpretarlo y resolver difieren de un grupo social a otro, lo mismo que entre culturas distintas.

De tal forma, preocupa la rápida traslación del discurso hegemónico sobre acoso a nuestra sociocultura inmediata, porque cada día aparecen nuevos casos de injusticias: difamaciones, persecuciones mediáticas y despidos. Algunas personas denuncian de forma equivocada, y otras lo hacen con mala intención. Se necesita instalar una conciencia más certera sobre qué es el acoso, que deslinde apropiadamente conductas e intenciones, miradas y tocamientos, agresiones y torpezas. Y el aporte de Marta Lamas con este bien argumentado y documentado ensayo colabora a fortalecer una discusión seria dentro del feminismo y con sus aliados sobre qué discursos y qué prácticas realmente son emancipadores y cuáles, finalmente, son tropiezos, pasos en falso o de plano errores. Por eso el feminismo que ha logrado más importantes cambios positivos no es violento ni belicoso, ni se plantea como santa inquisición o guerra santa. Lamas considera que, en este grave conflicto, lo que se necesita es “más educación y menos castigos”, y no se debe olvidar que es un serio peligro para las mujeres y la gente débil el no recurrir al sistema legal ante los casos de violencia, alegando para ello su ineficacia o descalificándolo por favorecer a los varones. “La ley es la garantía del más débil, es el poder de los sin poder. Y el peligro que acecha cuando no hay Estado de derecho es el aumento de la violencia.”

Es necesario debatir sobre todo esto, y Lamas dice que esto debe ser un debate que incluya a los varones. “¿Por qué no escuchar a la otra mitad del problema? ¿Dónde está la disposición a oír lo que tienen que decir los acusados?” Hay que defender siempre la presunción de inocencia.

De pronto parece que la aspiración inicial del feminismo, que buscó el sexo gozoso y sin culpa, se ha convertido en una denuncia perpetua del trauma de la violencia sexual.

Hasta aquí vengo tratando de parafrasear de forma sintética los temas que me parecen más importantes de este libro de Marta de Lamas, con ello espero provocar mayor interés por su lectura. Es un libro importante para el debate y para impulsar el discurso del feminismo y los feminismos hacia el povenir, para llegar más allá del victimismo y del mujerismo limitantes, y más acá de la ilusión y la utopía desgastantes; para actuar más cerca de la realidad y de la justicia. En esta breve reseña de primera intención, resultará imposible hablar de todo lo que dice y da que pensar este libro, sobre tal amplitud de fuentes y de miras se funda la recepción que ya recibe y lo mucho que durará vigente. Resumiré su contenido con un breve comentario del tema de cada uno de los capítulos que lo integran.

La estructura expositiva de Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? se forma con un prólogo, siete capítulos, un epílogo y un anexo. El prólogo plantea el objetivo de la autora, ampliar la reflexión y el debate sobre lo mucho que se dice y no se dice sobre la violencia sexual con el significante “acoso”, un término puesto en juego por el discurso hegemónico de carácter norteamericano. En el primer capítulo, Lamas analiza el paso hacia atrás que lleva al feminismo del discurso de la liberación sexual al discurso definitivamente moralino del miedo a la sexualidad, un efecto del desarrollo de los feminismos dentro de las universidades norteamericanas de tendencia conservadora y puritana. El segundo capítulo presenta la violencia sexual como algo más complejo que el “acoso” y analiza el “victimismo” feminista, que genera dos malinterpretaciones, una es creer que sólo las mujeres pueden ser víctimas de esta violencia, y la otra es creer que basta con declararse la víctima para estar diciendo toda la verdad. Mientras que el tercer capítulo trata de explicar la epidemia de “acoso” que se desató en las universidades estadounidenses, un efecto del pánico sexual, o sea los miedos irracionales sobre ciertas expresiones y prácticas sexuales, un miedo capaz de provocar histeria de masas. La disputa cultural entre Francia y Estados Unidos es el tema del capítulo cuatro, donde se presenta lo norteamericano hegemónico como moral, un punto de vista que considera sucio o pecado lo del sexo, mientras que lo francés es considerado un punto de vista liberal y positivo sobre la actividad sexual recreativa y lúdica.

En el quinto capítulo se revisa la controversia del “acoso” según #MeToo por sus efectos de traslación en México. Un taxista le dice en la calle “guapa” a una periodista de clase media y ésta lo acusa por “acoso” ante la ley, y el taxista pasa varias horas detenido por no poder pagar la multa, ¿se hubiera comportado igual la periodista con un compañero de trabajo o con un pariente que le dijera lo mismo? ¿Se puede considerar el piropo como un acto de acoso sexual? Nada está claro en las leyes mexicanas sobre este concepto de acoso, desde que todo lo confunde y revuelve una doble moral que juzga de un modo los actos de las personas del sexo femenino y de un modo muy distinto los actos de las personas del sexo masculino; en México, las mujeres tienen en contra de su autonomía sexual las creencias de la cultura judeocristina en su versión hispana, y tienen en contra de su seguridad la violencia estructural. Decirle “guapa” a una mujer puede ser un comentario desagradable, pero no necesariamente puede ser una grosería, y una grosería no es lo mismo que un tocamiento o un intento de violación. Y no existen puntos de acuerdo para resolver el conflicto del “acoso” en la legislación existente; sin embargo, en la opinión pública ha dominado la interpretación feminista puritana de #MeToo, una interpretación en espejo que ha provocado ciertas denuncias explosivas en nuestras universidades. Algo preocupante, porque no obstante la existencia de protocolos para revisar los casos de acoso sexual, cada vez hay más grupos de universitarias que recurren a formas de linchamiento público haciendo “escraches” en las paredes como formas de presión para que se despida a un maestro o se expulse a un compañero. Por eso el sexto capítulo plantea la pregunta: ¿guerra entre los sexos o conflicto de interés entre mujeres y varones? Porque la mala definición y el sobredimensionamiento de lo que significa acoso refuerzan el victimismo, y producen un giro punitivo que llega a vulnerar el debido proceso y la presunción de inocencia (tal como ya resultó trágico en el suicidio del rockero Armando Vega Gil). Aunque es correcto rechazar el acoso, la forma en que se resuelve imitando a las norteamericanas manifiesta “horror ante la liberalización de las costumbres sexuales”. Un horror que se va extendiendo paulatinamente como la nefasta suposición de que todas las mujeres son víctimas en potencia y que todos los varones son perpetradores potenciales.

Marta Lamas analiza estas confusiones sobre el “acoso” y lo que debe ser la liberación de las mujeres como un signo de “amnesia social”, un olvido in-voluntario, pero sospechosamente reaccionario. Porque se olvida que los actos sexuales humanos no son producto del instinto ni de la necesidad natural, son actos donde interviene siempre la conciencia, pero también interviene de modo sobredeterminante lo inconsciente, lo que se hace sin saber que se hace. Razón porque es tiempo de recuperar la memoria perdida sobre lo sexual, mediante un conveniente regreso feminista a Freud. Hay que reconocer en esta inquisición de la sexualidad la pretensión de ocultar problemas del campo social y político, porque se quiere culpar al individuo concreto aislado de defectos instaurados por el orden simbólico y el contrato social. Porque si decimos que todo es acoso, entonces ya nada lo es.

El epílogo de este ensayo nos remite de nuevo a México y replantea la necesidad de pensar y practicar feminismos con voluntad descolonizadora, hay que pensar en estrategias que vayan más allá de la rabia y la necesidad de venganza. Para ello es muy importante cambiar nuestros hábitos por medio de la educación y el debate: “no sólo hay que precisar las definiciones de abuso sexual, acoso sexual y hostigamiento sexual, sino que hay que lograr su homologación en los distintos códigos penales de nuestro país.” Hay que hacer mucho todavía para resolver el problema de la violencia sexual instituida. Todo indica que la respuesta tiene que venir del diálogo, un diálogo abierto entre todas las partes, especialmente entre varones y mujeres; por eso Lamas concluye diciendo:

“Entre la incertidumbre y la oscuridad que amenazan la convivencia, la palabra y la reflexión se perfilan como las hebras necesarias para lograr la vital tarea de retejer la comunicación entre nosotras y con los hombres. Espero que estas páginas sirvan para impulsar un prescindible debate.”

Hasta ahora no hay dentro de nuestra sociocultura feminista inmediata un planteamiento sobre este complejo tema con la amplitud, profundidad y consistencia como este texto de Marta Lamas, es prueba clara de la situación trascendente de Lamas dentro del feminismo mexicano e hispanoamericano, una actividad de medio siglo con logros políticos importantes, como la despenalización del aborto y el reconocimiento a la condición laboral de las trabajadoras sexuales. Quienes hoy critican sus planteamientos todavía no logran tocar los puntos fundamentales de su tesis y análisis, le critican la clase social o el ser septagenaria, también la quieren descalificar por la forma provocadora en que ha incluido la voz de los varones dentro de las cuestiones del feminismo. Luego le critican todo lo que le tiene que faltar a un documento como éste, un texto de coyuntura, no una investigación académica. Mi lectura sólo puede indicar que la des-norteamericanización del discurso de Lamas depende mucho de otra norteamericanización, pues sus puntos más importantes provienen generalmente de feministas anglosajonas; pero lo imposible es lograr un discurso que no contenga algo norteamericanizado, como tampoco es posible encontrar algo que no este dentro del capitalismo.

Y por último se puede decir sobre este libro de Marta Lamas que nos demuestra con creces que la venganza y el linchamiento son acciones machistas, sólo son un reflejo de la violencia patriarcal, siempre. Son una pasión inútil del patriarcado. Una limitación que el feminismo deshace con discurso y corazón. Porque el espíritu liberador del feminismo dice como la Antígona de Sófocles: “No para aborrecer; para comunicar nací yo.”

 

[1]    LAMAS, Marta. Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? FCE: México, 2018, 183 pp.

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