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Unidas contra la violencia: voces que cimbran San Lázaro en el 25N

Por Bruno Cortés

 

La Cámara de Diputados abrió sus puertas a una jornada distinta, más emocional que técnica, pero igual de política: las Conferencias Magnas por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, un recordatorio anual del tamaño de la deuda histórica que México tiene con sus ciudadanas. Aquí no hubo protocolos fríos ni discursos de trámite; hubo voces que cargan batallas reales, de carne y hueso.

La presidenta de la Mesa Directiva, Kenia López Rabadán, arrancó el encuentro con un mensaje claro: cualquier transformación seria del país pasa, sí o sí, por garantizar que las mujeres vivan sin miedo. Para ella, la orientación del presupuesto, del debate público y del trabajo legislativo debe poner a las mujeres en el centro. Y lo dice en un contexto donde cada cifra, cada testimonio y cada caso mediático confirma que la violencia sigue siendo un problema estructural, no una lista de episodios aislados.

El evento reunió a diputadas de distintos partidos, a la activista oaxaqueña María Elena Ríos y a Ceci Patricia Flores, una de las madres buscadoras más visibles del país. La intención era sencilla, pero poderosa: que la política institucional y la lucha social compartieran el mismo escenario para subrayar que este problema no se resuelve desde una sola trinchera.

Desde Morena, la diputada Anais Burgos, presidenta de la Comisión de Igualdad de Género, recordó que el 25N no es una fecha simbólica inventada; es un mandato global desde 1999 para actuar con contundencia. En un lenguaje llano, lo dijo todo: ninguna mujer ni niña debe vivir con miedo. Explicó que las violencias tienen múltiples rostros —física, psicológica, digital, política, patrimonial y la brutal violencia ácida— y que aunque ya hay avances legales, solo 13 estados han tipificado esta última. Por eso habló de la importancia del Pacto de Xicoténcatl, firmado por legisladoras y autoridades para alinear reformas y cerrar vacíos legales que siguen dejando desprotegidas a miles de mujeres.

También insistió en algo clave para entender el momento político: la igualdad sustantiva, esa que no solo existe en la ley sino en la vida diaria, es una obligación constitucional. Su mensaje fue un llamado a mantener el ritmo de la armonización legislativa, porque cuando las normas tienen huecos, la violencia encuentra oportunidades.

La diputada Gabriela Jiménez, de Morena, hizo un recordatorio incómodo pero necesario: la violencia no siempre se ve. Muchas mujeres viven agresiones sin saber que lo son, porque en México la normalización pesa tanto como las leyes. Agradeció la sororidad del evento y remarcó que el Congreso no representa partidos en este tema, sino a millones de mujeres que reclaman vivir plenas y libres. Su mensaje fue de fuerza: los derechos no se imploran, se conquistan, y la historia la escriben las mujeres que no obedecen al silencio.

Cuando tomó la palabra María Elena Ríos, el tono de la sala cambió. Su conferencia sobre la Ley Malena fue un testimonio vivo de por qué estas reformas importan. Contó cómo sobrevivió a un ataque con ácido en 2019 y cómo, seis años después, sigue sin sentencia condenatoria para sus agresores. Su frase más contundente dejó helado al auditorio: “La piel con la que nací nadie me la va a devolver, pero sí podemos hacer justicia legislando”. Explicó que la violencia ácida ya está reconocida en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, pero aún falta que el Código Penal Federal la tipifique plenamente. Van 18 estados; falta más voluntad política para que la ley deje de ser letra muerta y se convierta en condenas reales.

La última conferencia la dio Ceci Flores, madre buscadora y fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora. Su intervención fue cruda: habló del dolor de quienes buscan a sus hijos sin el apoyo del Estado, del silencio que rodea el tema de los desaparecidos y del abandono en el que quedan las y los huérfanos. En su voz, no había rabia política, sino una mezcla de amor, desesperación y claridad moral. Pidió empatía y exigió justicia, porque “nadie merece desaparecer y todos merecen ser buscados”.

Al final del evento, quedó una sensación particular: este no fue un día más de discursos. Fue un recordatorio de que las políticas públicas no nacen solo en escritorios; nacen del dolor, de la resistencia y de mujeres que se niegan a que México normalice lo inaceptable. San Lázaro no solo escuchó; por momentos, pareció que respiró junto a ellas. Y quizá ahí empieza cualquier verdadera transformación.

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