Por Bruno Cortés
El Desfile Cívico-Militar por el 215 aniversario de la Independencia dejó un mensaje que rebasó la marcialidad del Zócalo: la Secretaría de Marina reconoció públicamente que el huachicol fiscal tocó mandos, empresarios y exfuncionarios, y aseguró que el caso se enfrenta con una sola brújula: honestidad y transparencia. En un país cansado de eufemismos, el reconocimiento fue tan estruendoso como los tambores.
“Fue muy duro aceptarlo, pero hubiera sido mucho más y absolutamente imperdonable, callarlo. Así el mal tuvo un fin determinante. En la Marina no encontró lugar ni abrigo”, dijo el secretario Raymundo Morales Ángeles desde la tribuna oficial. La frase, breve y quirúrgica, colocó a la institución naval en una narrativa de rendición de cuentas que rara vez se escucha en ceremonias de este tipo.
La admisión pública llega en el marco del primer desfile encabezado por una mujer al frente del país, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, y en una coyuntura en la que la ciudadanía exige resultados medibles contra la corrupción. Entre el olor a pólvora, el brillo del metal pulido y el murmullo de miles de asistentes, el mensaje de Morales Ángeles buscó fijar un contraste: disciplina no es silencio, y lealtad no es encubrimiento.
El secretario subrayó que la SEMAR ha dado “una respuesta frontal al pueblo de México”. Traducido a términos civiles: investigación interna, colaboración con autoridades fiscales y rutas de sanción. Sin nombres ni cifras en el podio —la prudencia procesal obliga—, pero con el compromiso explícito de que el asunto no se barrerá bajo la alfombra. En tiempos de sospecha, decirlo también cuenta.
El desfile inició alrededor de las 9:45 horas, tras el Grito de la noche anterior, y recorrió el trazo habitual del Zócalo al Paseo de la Reforma. Entre banderas, bandas de guerra y la vibración grave de los motores, la iconografía cívica funcionó como recordatorio de que la unidad nacional es algo más que una foto: requiere instituciones que se corrijan a sí mismas. Pequeña dosis de humor negro: si algo “chueco” intenta colarse, la marcha marca el paso… o te lo marca.
Para la Marina, el episodio abre una oportunidad: pasar del daño reputacional a un caso de estudio sobre controles internos. En términos positivos, el mensaje institucional sella tres compromisos verificables: cero tolerancia, coordinación interinstitucional y comunicación pública. Si se cumplen, el costo político de admitir el problema se convertirá en dividendo de confianza.
El huachicol fiscal —redes de evasión y simulación que drenan recursos públicos— no es un delito menor; erosiona la recaudación que financia escuelas, hospitales e infraestructura. La declaración de Morales Ángeles admite la herida, pero también apunta al antídoto: procesar a responsables, blindar compras y contratos, y trazar controles que desactiven el incentivo económico del fraude. La transparencia, más que consigna, deberá verse en expedientes y sentencias.
Con la Plaza de la Constitución como anfiteatro, el desfile volvió a ser ese espejo donde la República se mira sin filtros. La presencia de miles de personas, la sincronía de contingentes y el silencio que antecede a cada toque de clarín ofrecieron el marco para un gesto poco común: un acto de contrición institucional en horario estelar. Si el país quiere mejores cuentas, más vale que sus instituciones aprendan a hablar claro.
Al cierre, quedó una idea compartida entre el eco de los pasos y la brisa tricolor: independencia también significa independencia de la corrupción. La fiesta patria no borra los pendientes, pero sí fija un estándar público. La Marina puso el listón; ahora el reloj corre para sostener, con hechos, lo que hoy se dijo frente a todo México.
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