Por Bruno Cortés
En la Cámara de Diputados el ambiente está que arde. Mientras se discute el Presupuesto de Egresos de la Federación 2026 —es decir, el plan de cómo se va a gastar el dinero público el próximo año—, las tensiones entre oficialismo y oposición volvieron a subir de tono. En medio del jaloneo político, el diputado Raúl Bolaños-Cacho Cué, del Partido Verde y actual vicepresidente de la Mesa Directiva, pidió algo que parece sencillo pero que en estos días suena casi utópico: civilidad y respeto.
El legislador explicó que su llamado no es para uno u otro grupo, sino para todos los partidos. ¿La razón? Según él, durante la discusión del presupuesto se han roto acuerdos previamente votados en el Pleno, y algunos grupos han intentado frenar decisiones ya aprobadas usando recursos legales para retrasar o provocar enfrentamientos. En pocas palabras: se está discutiendo el dinero que se reparte a salud, educación, obras, programas sociales y estados… pero la pelea se ha ido por otro lado, más político que técnico.
Bolaños-Cacho reprochó que muchos discursos se han ido por las ramas: menos números y más gritos, menos propuestas y más pleito. Y el problema no es menor. El Presupuesto es el único instrumento que la Cámara de Diputados puede aprobar sin pasar por el Senado o la Presidencia. Es su principal herramienta de poder, porque ahí se decide qué programas reciben más dinero, cuáles se recortan, qué obras se financian y cuánto dinero llega a cada estado.
El diputado insistió en que mientras los coordinadores parlamentarios —los jefes de cada bancada— intentan construir un acuerdo, el resto debe mantener la calma y no convertir el Pleno en un ring político. Porque, dice, lo que se está proyectando hacia el país es una imagen de “mala política”: gritos, pancartas, descalificaciones. En vez de mostrar que se puede debatir con seriedad un tema que afecta el bolsillo y los servicios públicos de millones de mexicanos.
Al final, su mensaje fue simple pero contundente: el país necesita que el Congreso discuta con argumentos, no con pleitos. Que se regrese al debate sobre cuánto dinero se destina a los programas sociales, a los estados, a la infraestructura o a la seguridad. Que se deje de lado la confronta y se construyan acuerdos, porque sin presupuesto aprobado, el gobierno no puede gastar ni un peso a partir de enero.
Ahora todo depende de si las y los coordinadores parlamentarios logran ese acuerdo. Si lo hacen, el debate seguirá su cauce institucional. Si no, el Presupuesto podría atorarse y la crisis política escalar. Por ahora, el llamado a “buena política” queda sobre la mesa… y los ojos del país están puestos en San Lázaro.
































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