Por Bruno Cortés
La Cámara de Diputados vivió este martes una escena poco habitual en el convulso ajedrez político mexicano: la designación de la diputada Kenia López Rabadán (PAN) como presidenta de la Mesa Directiva contó con una mayoría calificada abrumadora de 435 votos a favor, apenas cuatro en contra y ninguna abstención. En San Lázaro, donde los consensos suelen ser tan frágiles como un café de pasillo, la cifra habla de un acuerdo sólido, inusual y con efectos inmediatos en la conducción parlamentaria.
Tras el voto electrónico, López Rabadán rindió protesta y enseguida tomó juramento a las y los vicepresidentes y secretarios. El ritual legislativo, tantas veces escenario de bloqueos y gritos, transcurrió esta vez con orden y disciplina. En la fotografía política, la oposición y el oficialismo compartieron el encuadre sin mayores estridencias, una postal que difícilmente podría imaginarse hace apenas unos meses.
El acuerdo alcanzado por la Junta de Coordinación Política (Jucopo) reflejó el compromiso de las principales fuerzas parlamentarias: Sergio Carlos Gutiérrez Luna (Morena) fue electo primer vicepresidente; Paulina Rubio Fernández (PAN), segunda vicepresidenta; y Raúl Bolaños-Cacho Cué (PVEM), tercer vicepresidente. Las secretarías recayeron en legisladores de distintas bancadas: Julieta Villalpando (Morena), Alan Sahir Márquez (PAN), Nayeli Fernández (PVEM), Magdalena Núñez (PT), Fuensanta Guerrero (PRI) y Laura Ballesteros (MC).
El consenso no fue producto del azar. La Ley Orgánica del Congreso General, en su artículo 17, establece con claridad que la presidencia de la Mesa Directiva debe rotarse entre los grupos parlamentarios con mayor representación que aún no la hayan ocupado. Esta norma, diseñada para evitar monopolios internos, garantiza que la conducción del Pleno no quede secuestrada por una sola fuerza política. La elección, realizada mediante sistema electrónico y bajo el requisito de mayoría calificada, dio cumplimiento exacto a este marco legal.
Más allá de los tecnicismos, la designación de López Rabadán envía un mensaje político poderoso: el de la viabilidad de los acuerdos. En un país donde el debate legislativo suele transformarse en espectáculo, este episodio mostró que la política puede ser un espacio de negociación razonada. Incluso el humor negro que circula entre los pasillos de San Lázaro lo resumió en una frase mordaz: “si hasta el PAN y Morena lograron ponerse de acuerdo, quizá todavía haya futuro para el país”.
El perfil de la nueva presidenta no pasa desapercibido. Con una trayectoria marcada por la firmeza en el debate y la defensa de posturas opositoras, López Rabadán enfrentará ahora el reto de conducir sesiones en las que la prudencia, la tolerancia y la experiencia en la conducción de asambleas son más que una formalidad: son la condición para evitar que la Cámara se transforme en ring. La propia Ley, en su artículo 18, lo deja claro: la presidencia debe encarnar la capacidad de respeto en la convivencia política.
La votación, casi unánime, funcionó como recordatorio de que la gobernabilidad parlamentaria no depende únicamente de la aritmética legislativa, sino también de la voluntad política de construir equilibrios. En tiempos donde la polarización se cuela en cada esquina de la vida pública, el pleno de San Lázaro dio una lección de moderación institucional.
Al final, lo que quedó fue una Mesa Directiva representativa y un gesto de madurez política que, aunque no resuelve las diferencias de fondo, al menos inaugura un nuevo año legislativo con la esperanza de que la Cámara de Diputados se conduzca con altura y eficacia. Porque en México, hasta los acuerdos que parecen sencillos son, en realidad, un acto de resistencia frente al caos.
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