Por Juan Pablo Ojeda
La diplomacia internacional se volvió a sacudir esta semana, y no precisamente por un acuerdo de paz. Esta vez, el protagonista fue un anuncio que suena más a película de acción que a política exterior: Estados Unidos ofreció 50 millones de dólares a quien proporcione información que lleve al arresto de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Y como era de esperarse, Irán salió al paso con una condena contundente.
El Ministerio de Exteriores iraní no se anduvo con rodeos. En un comunicado emitido la noche del viernes, calificó la medida estadounidense como “intervencionista” y “peligrosa”, señalando que este tipo de acciones ponen en riesgo los principios fundamentales de la diplomacia internacional.
“Ningún país responsable puede permanecer indiferente ante esta peligrosa tendencia”, advirtió Teherán, asegurando que la oferta de Washington no solo atenta contra la soberanía de un Estado miembro de la ONU, sino que refleja la “adicción” de la política estadounidense al unilateralismo militante.
La postura iraní no sorprende. Desde hace años, Teherán y Caracas han tejido una alianza estratégica en múltiples frentes: desde el energético hasta el militar. En 2020, cuando Venezuela enfrentaba una severa crisis de combustible, Irán fue uno de los pocos países que envió gasolina al régimen de Maduro, en un claro gesto de respaldo ante las sanciones internacionales.
La reacción iraní se produce después de que la fiscal general estadounidense Pam Bondi anunciara esta recompensa récord de 50 millones de dólares, el doble de la cantidad ofrecida en enero pasado. En un video difundido por redes sociales, Bondi calificó a Maduro como “una amenaza para la seguridad de Estados Unidos” y “uno de los narcotraficantes más peligrosos del mundo”.
Washington sostiene desde 2020 que Maduro encabeza una red criminal con vínculos con el narcotráfico y el terrorismo. La acusación viene del Departamento de Justicia, que ha incautado más de 700 millones de dólares en activos supuestamente ligados al mandatario venezolano, incluidos dos jets privados y nueve vehículos de lujo.
Pero más allá del show mediático y la cifra de película, el asunto pone sobre la mesa un debate clave en la política internacional: ¿hasta dónde puede llegar un país al aplicar presión contra otro, sin romper con los principios básicos del derecho internacional?
Irán, por lo pronto, cerró filas con Venezuela, reiterando su apoyo al “pueblo y Gobierno legítimo” de Maduro, mientras critica lo que considera una peligrosa escalada del intervencionismo estadounidense.
Y aunque algunos sectores de la política en EE.UU., particularmente del ala más dura republicana, celebran el movimiento como un golpe audaz en la lucha contra el narcotráfico, la realidad es que esta jugada complica aún más el tablero geopolítico en América Latina. Un tablero donde potencias como Irán, China y Rusia están cada vez más presentes.
La pregunta que queda en el aire es: ¿qué consecuencias reales traerá este tipo de medidas? Porque más allá de los millones, lo que se juega es la estabilidad de una región ya de por sí polarizada y con múltiples frentes abiertos.
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