Por Bruno Cortés
En el Congreso también hay espacio para los cuentos… y no precisamente los políticos. Esta vez, no se trató de discursos encendidos ni de votaciones polémicas, sino de una lectura colectiva para rendir homenaje a uno de los escritores más influyentes de la literatura infantil: Hans Christian Andersen. En el marco de los 150 años de su fallecimiento y los 220 de su nacimiento, el Espacio Cultural San Lázaro, dirigido por el maestro Elías Robles Andrade, organizó un círculo de lectura con niños y adultos para recordar la vida y obra del autor danés, el mismo que nos regaló cuentos como El patito feo, La sirenita o El traje nuevo del emperador.
El evento fue mucho más que una lectura simbólica. Fue una forma de llevar cultura y literatura al corazón del Poder Legislativo, como parte del programa cultural que impulsa la Junta de Coordinación Política, presidida por el diputado Ricardo Monreal Ávila. La idea detrás de estas actividades es sencilla pero potente: acercar el Congreso a la ciudadanía no solo a través de leyes, sino también desde la cultura, el arte y el conocimiento.
La jornada arrancó con palabras del maestro Robles Andrade, quien recordó que Andersen no sólo es famoso por sus cuentos, sino también por su impacto duradero: desde 1956 se entrega el Premio Hans Christian Andersen, considerado el “Premio Nobel” de la literatura infantil. Su legado, dijo, no es solo literario, sino también humano: demostró que, con imaginación, talento y tenacidad, se puede trascender incluso en los entornos más adversos.
El homenaje también tuvo una parte muy viva: la narración del emblemático cuento El patito feo, a cargo de Raúl Pérez Buendía, actor, comediante, cuentacuentos y “pupettero” —así, con todo y marionetas—, que hizo reír y reflexionar al público que se dio cita en este espacio que, dicho sea de paso, ha ido ganando terreno dentro del propio Congreso como punto de encuentro entre la política y la cultura.
El director de Bibliotecas de la Cámara, Óscar Manuel Cruz Estrada, también tomó la palabra. Pero más allá de una reseña académica, hizo algo más poderoso: contar la historia de Andersen no desde su gloria, sino desde sus fracasos. Nacido en una familia humilde —padre zapatero, madre lavandera—, fue objeto de burlas, pobreza, abandono y hasta intentos fallidos en el teatro y en la música. Incluso vivió bajo un puente y pensó en quitarse la vida. Pero insistió. Y esa tozudez lo llevó a conocer a personajes influyentes, como el rey Federico VI de Dinamarca, quien apoyó su educación y le dio una oportunidad que cambiaría su destino.
La historia de Andersen, tal como se relató en San Lázaro, es más que la de un autor de cuentos: es un ejemplo de resiliencia, de cómo alguien puede transformar el dolor y la marginación en belleza y reflexión. Y es también una enseñanza sobre el papel de la literatura: Andersen no escribía solo para entretener, sino para preparar a los niños para la vida real. “Escribo cuentos —decía— para que los niños aprendan a ser adultos”.
Esta actividad, aunque sencilla, revela una apuesta importante desde el Congreso: hacer de sus espacios algo más que trámites legislativos. Convertirlos en lugares donde la memoria, la cultura y la lectura también tengan un lugar. Porque si bien las leyes son importantes, también lo es cultivar el pensamiento, la empatía y la imaginación.
Al final del evento, Cruz Estrada invitó a todos —no importa la edad— a visitar las bibliotecas legislativas, tanto la General como la Legislativa, que cuentan con un acervo importante para quienes quieran acercarse a la lectura.
Y así, entre cuentos, marionetas y memoria, San Lázaro demostró que también se puede hacer política contando historias. De esas que no se olvidan.
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