Mientras medio mundo se preguntaba si Donald Trump regresó a la Casa Blanca o a un set de The Apprentice: Apocalipsis, el expresidente estadounidense decidió volver al centro del escenario con un movimiento digno de guion hollywoodense: autorizar un ataque aéreo contra instalaciones nucleares en Irán. Las explosiones estremecieron las cercanías de Fordow, Natanz y Esfahán el 21 de junio de 2025, dejando más preguntas que respuestas… y muchas alarmas encendidas.
Desde Isfahán, el vicegobernador de seguridad Akbar Salehi confirmó lo que ya era un secreto a gritos: hubo explosiones, y sí, cerca de instalaciones nucleares. En Fordow, la defensa aérea se activó como si estuvieran en plena final del Mundial, y aunque la televisión estatal iraní asegura que las instalaciones fueron evacuadas previamente, el mensaje es claro: alguien lanzó la piedra y ahora todos esperan el regreso del boomerang.
Lo más curioso es que el régimen iraní, con su conocido tono desafiante, ha optado —por ahora— por el silencio estratégico. El ayatolá Alí Jamenei no ha necesitado levantar la voz; su desprecio previo por Trump como «descarado» y su firme rechazo a negociar bajo amenazas resuena con fuerza. En lugar de un misil, por ahora ha enviado lo más peligroso: incertidumbre.
Del otro lado del tablero, Benjamin Netanyahu aplaude como si estuviera en un festival de fuegos artificiales. «Audaz decisión», dice, y asegura que la historia ha cambiado. La historia sí cambió… pero nadie sabe si hacia la paz o hacia otro ciclo de violencia. La reacción de la ONU fue menos celebratoria: António Guterres advirtió sobre una “espiral de caos” y pidió diplomacia. A estas alturas, la diplomacia parece un fósil en la geopolítica de 2025.
En Europa, Macron, que siempre quiso ser el adulto de la habitación, reiteró que intentar forzar un cambio de régimen en Irán es un error. Lo dijo con elegancia francesa, pero el subtexto fue claro: “Trump, no la riegues más”. Mientras tanto, el G7, reunido en Canadá, prefirió una tibia ambigüedad: apoyaron a Israel y señalaron a Irán como fuente de inestabilidad, sin condenar ni aplaudir abiertamente el ataque estadounidense.
Lo inquietante es la ausencia de voces clave: Alemania, Reino Unido y el propio presidente actual de Estados Unidos —quien sea que esté a cargo hoy— no han dicho ni pío. El silencio puede ser prudente… o puede ser miedo a que el siguiente misil llegue con una bandera equivocada.
Lo cierto es que el ajedrez geopolítico está en llamas, y los jugadores apenas comienzan a mover sus piezas. Irán, herido pero no derrotado, parece estar midiendo su respuesta. Y el mundo, desde las oficinas de la ONU hasta los cafés de Berlín, desde los búnkeres de Tel Aviv hasta las calles de Teherán, contiene el aliento. Porque cuando los tambores de guerra suenan en sordina, lo más peligroso es el silencio.
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