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¿Es el ecoturismo realmente sostenible? La huella oculta de tus viajes «verdes»

El ecoturismo se ha convertido en la bandera de los viajeros que buscan explorar el mundo sin dañar el planeta. Promete experiencias auténticas, respeto a las comunidades y protección de los ecosistemas. Sin embargo, detrás de esta etiqueta seductora se esconde una paradoja: muchas prácticas «eco» generan un impacto ambiental mayor del que admiten, especialmente por un factor clave: el transporte.

Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), el 75% de las emisiones del sector turístico provienen del transporte, y los aviones lideran esta lista negra. Un solo vuelo redondo entre Europa y América Latina emite más de 2 toneladas de CO₂ por pasajero, equivalente a lo que una persona en un país en desarrollo genera en un año. Esto plantea una pregunta incómoda: ¿puede llamarse «ecoturismo» a un viaje que depende de combustibles fósiles?

Turismo sustentable - Foro Ambiental

 

El problema no termina ahí. La saturación de visitantes en áreas naturales —incluso con las mejores intenciones— provoca erosión, contaminación acústica y alteración de la fauna. Destinos icónicos como las Islas Galápagos ya imponen cupos estrictos para evitar el colapso ecológico. Mientras tanto, hoteles que se autodenominan «sostenibles» a menudo operan en frágiles ecosistemas, consumiendo recursos vitales como el agua y disfrazando de verde lo que solo es marketing.

No todo es pesimismo. Proyectos como los liderados por comunidades indígenas en la Amazonía peruana demuestran que el turismo puede financiar la conservación y empoderar a las poblaciones locales. La diferencia radica en el modelo: bajo impacto, participación comunitaria genuina y beneficios distribuidos con equidad. Para los viajeros, la clave está en elegir conscientemente: optar por destinos cercanos, reducir vuelos, priorizar alojamientos con certificaciones reales (como EarthCheck o Rainforest Alliance) y respetar los límites de los ecosistemas.

El ecoturismo no es inherentemente bueno ni malo; su valor depende de cómo se practique. En un mundo donde viajar es más accesible que nunca, la verdadera sostenibilidad exige más que etiquetas: requiere cuestionar nuestros hábitos y asumir que cada elección —desde el medio de transporte hasta el hotel— deja una huella.