Por Bruno Cortés
El Códice Borgia es un manuscrito mesoamericano precolombino ricamente ilustrado, que refleja una visión cíclica del cosmos. Sus páginas despliegan calendarios adivinatorios y rituales donde dioses, días, rumbos cardinales y fuerzas naturales se entrelazan en complejos esquemas simbólicos. A continuación exploramos dos aspectos clave de su contenido: (1) los ciclos cosmológicos representados en el códice – cómo se relacionan las deidades con los días, las direcciones cardinales y las fuerzas de la naturaleza – y (2) los 20 signos de los días pintados en las láminas 9 a 14, con sus glifos calendáricos, significados, simbolismo e influencia en el sistema ritual adivinatorio mesoamericano.
Ciclos cosmológicos en el Códice Borgia
El códice presenta la concepción del universo dividido en cuatro rumbos cardinales y un centro, cada sector bajo el patronazgo de deidades específicas y asociado a ciertos signos del calendario. En una de sus escenas, por ejemplo, aparecen cuatro dioses rodeados por serpientes, representando las cuatro direcciones del universo, y cada deidad carga cinco glifos de días del calendario. Esta distribución (4×5 = 20 signos) indica cómo los veinte días del tonalpohualli –el calendario ritual de 260 días– se agrupan en cuatro bloques direccionales de cinco días cada uno, vinculando tiempo y espacio sagrados. El centro del cosmos se sugiere en estas escenas con símbolos especiales (por ejemplo, un círculo central con puntos y un emblema cruciforme), integrando la quinta dirección (el eje cósmico) junto a los cuatro rumbos cardinales.
Diversos almanaques dentro del códice muestran cómo las deidades gobiernan fenómenos naturales en cada rumbo. Por ejemplo, las láminas dedicadas a Tlaloc presentan sus manifestaciones en los cuatro rumbos y el centro, con indicación de los tipos de lluvia que trae cada dirección –algunas lluvias benéficas para la fertilidad y otras destructivas como tormentas. De este modo, el códice vincula cada punto cardinal con una fuerza natural y su divinidad. El oriente podía asociarse con el nacimiento del sol y la juventud, el norte con el frío, la muerte y la sequía, el occidente con el ocaso y los vientos, el sur con la abundancia agrícola, todos encarnados por dioses y símbolos.
El tonalpohualli late en todo el códice como el ciclo temporal fundamental. Cada uno de sus días está animado por entidades divinas: además de su signo y deidad patrona, cada día tenía un “señor del día” y un “señor de la noche” asociados, pertenecientes a un ciclo de 13 dioses diurnos y 9 dioses nocturnos. Así, en la concepción mesoamericana que refleja el códice, cada fecha es una combinación única de un nombre de día, un número, un dios del día y un dios de la noche, carga que determina su energía y presagios.
Los 20 signos de los días (láminas 9–14)
Entre las páginas 9 y 13 del códice se representa el conjunto completo de los 20 signos del calendario sagrado. Estas páginas están organizadas en viñetas cuadrangulares: cada lámina se divide en cuatro secciones, y en cada sección aparece la imagen de uno de los 20 días, acompañado de su glifo, su deidad patrona y otros símbolos adivinatorios. En total, los 5 fólios abarcan los veinte signos de la veintena ritual. La lámina 14 complementa esta serie mostrando los Señores de la Noche con sus signos. Los 20 signos diurnos principales son: Caimán, Viento, Casa, Lagarto, Serpiente, Muerte, Ciervo, Conejo, Agua, Perro, Mono, Hierba, Caña, Jaguar, Águila, Buitre, Movimiento, Pedernal, Lluvia y Flor.
Cada uno de estos signos tenía un glifo específico y una deidad tutelar que influía en su energía y presagios. Por ejemplo, Caimán estaba ligado a Tonacatecuhtli y simbolizaba el inicio y la fertilidad; Viento a Ehécatl-Quetzalcóatl y representaba el movimiento y el aliento divino; Casa a Tepeyollotl, el corazón del cerro, indicando protección; Lagarto a Huehuecóyotl, dios del juego; y así sucesivamente, hasta Flor, que culmina el ciclo bajo el amparo de Xochiquétzal, diosa del amor y la belleza.
Estos signos formaban parte de un calendario de 260 días resultado de la combinación de los 20 signos con una serie de 13 números, dando como resultado combinaciones únicas para cada día del ciclo. A cada combinación se le atribuían presagios positivos o negativos, dependiendo de los símbolos adicionales que acompañaban los glifos en el códice: lanzas, joyas, gotas de sangre, flores o animales. Así, el códice no solo registraba los nombres de los días, sino que servía como herramienta adivinatoria para los sacerdotes que guiaban los destinos humanos según el calendario sagrado.
En conjunto, los 20 signos y sus ciclos relacionados permiten comprender la lógica mesoamericana del destino: el tiempo no es lineal, sino un entramado vivo donde cada día es una entidad con carácter propio. El Códice Borgia, con su estilo pictórico lírico y simbólico, nos muestra ese universo donde cocodrilos cósmicos, serpientes acuáticas, jaguares nocturnos y mariposas de obsidiana bailan con los vientos, las lluvias y las llamas, bajo la mirada de dioses duales. Cada página es un microcosmos en el que lo sagrado y lo cotidiano se fusionan.
Los ciclos cosmológicos delineados en el códice y la rueda de los veinte signos eran la base para narrar el destino humano en clave mítica: un drama eterno entre fuerzas de creación y destrucción, donde mediante la interpretación ritual se podía intentar equilibrar la balanza del destino a favor de la comunidad. Así, el Códice Borgia despliega un mapa fantástico del tiempo y el espacio, que inspiraría cualquier prosa narrativa a explorar sus temas con tintes de sátira divina, lenguaje poético y asombro ante la rueda incesante de la vida
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