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El Xoloitzcuintle, el guía de las almas que debes saber

Por Alejandra Lugo

CDMX 29/10/ 2021.- La muerte no representa el fin o vivir sólo en el recuerdo. Tampoco la oscuridad absoluta, ni la ausencia o el completo silencio. En las culturas precolombinas, la muerte representaba el inicio de un viaje, de trascender y regresar al lugar de origen, si bien el cuerpo se unirá con la tierra, el espíritu prevalecerá por la eternidad.

Acompañando a los pueblos mayas y mexicas, encontramos al perro pelón, cuyo origen data de hace al menos 3.500 años. Lo que caracteriza a este perro, es que en la camada, algunos nacen con pelo y otros no; sólo lo tienen en sus patas, cabeza y cola.

Además, los perros sin pelo de la camada tienen la tendencia a perder dientes, su piel es caliente al tacto por tener un grado más de temperatura corporal que la normal, además su vientre suda con mucha frecuencia.

Los mexicas nombraron a este can como xoloitzcuintli por sus anormales características, pues la palabra Xolo representa lo fuera de lo común, aquello monstruoso y deforme, pero también representaba a una deidad: Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl y dios del fuego y el relámpago; de los gemelos, las desgracias, las deformidades y la enfermedad. Era representado con cabeza de perro y fungía como guía de las almas de los muertos.

Por el cercano vínculo del humano con el perro, algunos xolos eran sacrificados y comidos con fines rituales, en ocasiones, la muerte del perro era el reemplazo del sacrificio humano, ofreciendo el corazón del animal a las deidades y supliendo los ritos de antropofagia pero tras la llegada de los españoles, estos adquirieron un gusto singular por la carne de estos perros, situación que aproximó a los canes a la extinción.

Desde la época prehispánica hasta el periodo colonial, existía la creencia de que los perros son capaces de observar en la oscuridad a los espíritus y almas perdidas que vagan por la noche, y es por esta capacidad, que tiene el encargo de guiar a las almas.

Tras la muerte de las personas, estas eran enterradas con su perro, el cual era sacrificado para acompañar el alma de su amo. También había perros sepultados como ofrendas, así como representaciones en barro del animal.

La creencia era que el alma del difunto, de haber tratado bien a los animales en vida, montaría sobre el lomo del xolo y este lo guiaría a través de un río que sólo podía cruzar un perro, de este modo, llegarían a otra dimensión en el Mictlán, el lugar donde van los muertos; pero de lo contrario, si la persona maltrataba a los animales, el perro se negaría a llevar al alma.

En cambio los mayas lacandones, en la tumba del difunto, además del perro sacrificado, ofrendaban comida y bebida para facilitar el viaje al otro mundo, también se dejaba un puñado de tortillas para que fallecido alimentara a las almas de los perros que él hubiera matado y comido en vida.

La muerte es un transformación gradual, cada día nos aproximamos más a ella, pero nuestros compañeros en vida, puede que estén para guiarnos en el camino al Mictlán. Así el Xoloitzcuintle ha acompañado a los nahuas en su camino de vida y muerte.

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