Surgido desde el poder presidencial, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), luego Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y derivado más adelante en PRI, consolidó una hegemonía política que durante décadas resultó inapelable y que no alcanzó su primera transición a otra fuerza partidista en los estados sino hasta 1989, con la victoria del Partido Acción Nacional (PAN) en la gubernatura de Baja California en 1989.
A 33 años de ese episodio, el panorama territorial del PRI es completamente distinto: no sólo perdió la presidencia de la república en 2018, cuando Enrique Peña Nieto encabezó la transición en Palacio Nacional frente a Andrés Manuel López Obrador, sino que este 5 de junio podría perder dos estados usualmente bajo su mando, Oaxaca e Hidalgo.
De ser derrotado, el tricolor únicamente gobernará Coahuila y el Estado de México, sin garantías de que conserve este último, también territorio tradicionalmente suyo, en la elección local de 2023.
Es decir, el partido que, a decir de Mario Vargas Llosa consolidó una dictadura perfecta en México podría verse reducido a su mínimo histórico en este proceso electoral, un fenómeno que motivó a Sputnik a analizar las implicaciones del escenario con el historiador y profesor universitario Harim Gutiérrez.
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